Por ACHY OBEJASredaccion@elcolombiano.com.co
El titular pasó por la pantalla de mi computador después de las 10 de la noche del viernes. Fidel Castro había muerto. Era una noticia que llevaba toda mi vida esperando, sin embargo vacilé.
No era que no lo creyera, sino más bien que el evento era uno que habíamos practicado tantas veces que ahora que realmente había sucedido nos cogió, a cubanos dentro de y por fuera de la isla, desprevenidos.
Mis primos en Miami enviaron textos diciendo que iban a salir a sacudir la bandera y cantar por una Cuba libre.
En España otra prima lloró. La tensión en su espalda, dijo, había desaparecido completamente. Mis amigos en La Habana respondieron a mis llamadas con silencio. “Sí, está muerto...” reconocieron, luego...