Querida memoria, quisiera contarte cómo es la cosa contigo. Decirte un secreto hoy para que me lo recuerdes cuando ya esté viejo y me digas que solo lo importante se queda grabado en el corazón, como muchos dicen. Recuerdo, no sé si con la mente o con el corazón, que cuando era niño me costaba mucho aprenderme las cosas de memoria. Tenía mala suerte con las fórmulas, con los exámenes textuales. Con el tiempo, las cosas empezaron a cambiar, y en la adolescencia sentí que mi memoria era infinita. Creía que podía recordarlo todo. Aprendí canciones y poemas de la manera más simple, incluso el Salmo 91, que era el que mis padres rezaban con nosotros antes de irnos a dormir.
Todo iba bien hasta que un día me hiciste una mala jugada, yo que creía poder...