De vez en cuando, cada diez o veinte años, al menos cuando lo obliga una mudanza, es preciso reorganizar la biblioteca. Más que una faena de danza mobiliaria, este operativo es un contundente ajuste cerebral.
Ya lo advirtió Borges: “ordenar bibliotecas es ejecutar de un modo silencioso el arte de la crítica”.
Ahora bien, crítica y silencio son negocio rigurosamente individual e indelegable. Cada biblioteca está atada al derrotero intelectual de su dueño, de manera que ni el ser más amado consigue reemplazar el criterio acendrado del lector y coleccionista de libros.
El primer acto consiste en desocupar los anaqueles. ¡Sorpresa! Una biblioteca está viva y es impredecible. Con los años crece, engorda, se deforma, le nacen tentáculos que duermen...