En El Peñol está la artista más joven de la Bienal Internacional de Arte de Antioquia y Medellín
Con 24 años, Daniela Hincapié Giraldo es dibujante, muralista y tatuadora. 14 ilustraciones inspiradas en las expediciones de Mutis le abrieron las puertas del evento artístico más importante de los últimos años en Medellín.
Periodista, Magíster en Estudios Literarios.
Daniela Hincapié Giraldo vive en el quinto piso de un edificio de fachada blanca en El Peñol, uno de los pueblos más turísticos del Oriente antioqueño. Tiene 24 años, desde los 17 se hace cargo de sí misma y es la artista más joven en participar en la Bienal Internacional de Arte de Antioquia y Medellín. Precisamente, esa marca cronológica nos llevó a su estudio de tatuaje, en cuyas paredes cuelgan algunos de los cuadros que ha hecho en estos años de formarse a sí misma en los asuntos del arte, la ilustración y el tatuaje. Durante la entrevista, Daniela habla con el lenguaje de los lectores curtidos –ella misma se definirá como un ratón de biblioteca cuando se le pregunte por su autodidactismo–.
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Según cuenta, Daniela creció en la vereda Palmira, a casi dos horas del casco urbano de El Peñol. En tiempos de Waze, dos horas no parecen mucho tiempo. Sin embargo, en los trazos de montaña resulta una distancia considerable. ”Una parte del camino se hace en carro, la otra toca caminarla por entre las montañas”, dice. La finca de su familia se llama Los Encuentros y está pintada al óleo en un pequeño cuadro, diferente al resto de las obras expuestas en el estudio. Ella es la hija mayor de Aura Elena Giraldo y William de Jesús Hincapié. La menor se llama Cindy Vanesa, vive en El Peñol y se dedica a la manicura artística.
Daniela recuerda que sus primeros ejercicios artísticos los realizó a los seis años. Los hizo movida por el impacto que le causó un cuadro puesto en su cuarto: “Era una paisaje. Me inquietó que alguien pudiera hacer algo así, con ese nivel de detalle”, dice. Por esos años de primaria, comenzó a llenar de dibujos sus cuadernos escolares. Para ella era más fácil entender un tema de –pongamos– la biología o la historia cuando lo dibujaba. No pasó mucho tiempo hasta cuando sus compañeros de salón le encargaron sus primeros trabajos. En este caso, fueron retrato hechos en hojas de block.
“Los padres de mis compañeros me encargaban retratos que mostraran, por ejemplo, a la abuela fallecida con el nieto”, dice Daniela. La plata ganada con esos encargos fue invertida en otros materiales y lápices de dibujo. En esa época un profesor le prestó una cartilla de anatomía. Ella reprodujo los dibujos, los llevó a la semana siguiente para que el profesor les diera una calificación. “Inicialmente dibujé en hojas de papel, pero ya luego pasé a papel algodón y después a papel un poco más especializado. Comencé en el grafito, de ahí trabajé con la témpera, el acrílico, el óleo. Todo de una manera experimental, aprendiendo sola”.
- ¿Y conservas los cuadernos?
- “No los conservo. Pero, fueron claves para los libros que he ilustrado”.
En 1968, para conmemorar sus sesenta años de labores, la Compañía de Tejidos Coltejer realizó la Primera Bienal Iberoamericana de Pintura. Cuentan los historiadores que esa bienal “se inauguró el 4 de Mayo con la participación de 60 artistas de Iberoamérica”. El evento marcó un hito en la vida cultura de la capital de Antioquia, cuyos públicos estaban acostumbrados a un arte representativo. Además, fue la primera vez que Medellín tuvo un lugar protagónico en la cultura del continente al recibir los trabajos de la argentina Sarah Grilo, los colombianos Santiago Cárdenas y Bernardo Salcedo, y el peruano Fernando de Szyszlo, entre otros.
Esa bienal también es recordada por haberle otorgado el primer puesto en la competencia a La cámara del amor, de Luis Caballero. Ese reconocimiento, otorgado por un comité compuesto por Jean Clarence Lambert, Alexander Cirici Pellicer y Dickens Castro, fue el trampolín que le dio visibilidad nacional a Caballero, hoy por hoy uno de los nombres centrales de las plásticas colombianas.
Con los años se realizaron otras dos bienales, que confirmaron a Medellín en el circuito del arte de América Latina. Sin embargo, la crisis de los textiles, ocurrida a mediados de los noventa, puso fin a la empresa cultural iniciada por Leonel Estrada con el auspicio de Rodrigo Uribe Echavarría.
Aquí va un dato curioso para aquellos que gustan de coleccionarlos. La página del Guggenheim de Nueva York, de la que se tomó casi toda la información del anterior párrafo, ilustra el artículo sobre las Bienales de Coltejer con una fotografía en sepia de la piedra de El Peñol, ubicada a pocos kilómetros de la casa en la que sostuvimos esta entrevista con Daniela.
Daniela prosigue con el resumen de la trayectoria que le abrió las puertas de la Bienal de Arte de Medellín y Antioquia. En una de las repisas de su estudio tiene el trofeo que recibió por su excelencia académica en la Institución Educativa Rural Palmira. Luego de recibir el diploma de bachiller, ella se trasladó a vivir en el casco urbano de El Peñol. Primero estuvo con una de sus abuelas, después consiguió su cuarto propio. A los 17 comenzó los estudios de una técnica en manejo de recursos ambientales. Cuando le pregunto porqué no escogió algo relacionado con el arte, su respuesta rompe la burbuja del privilegio citadino: dice que la oferta académica del municipio no es muy amplia y alude a las limitaciones económicas que debió sortear para pagar el arriendo, conseguirse la comida y proseguir con su formación.
En este punto del relato Daniela se acuerda que a los 15 entró al estudio de tatuajes de un primo suyo. “Yo vendía dibujos y trabajos para hacerme mis pasajes de fin de semana e irme para Marinilla y Rionegro a estudiar. Para mí fue una conexión muy especial porque me parecía bonito sacar la obra del lienzo y llevarla a una persona, convirtiéndola en un museo andante”, dice ella, que tiene un retrato de Frida Khalo tatuado en uno de sus antebrazos. En ese estudio estuvo seis meses, aprendiendo los rudimentos del oficio. Al tiempo, montó en El Peñol su propio sitio de trabajo. Buena parte de su clientela la conforman extranjeros que llegan a la zona atraídos por la piedra y por el embalse de Guatapé. “Se hacen tatuajes simbólicos: un sombrero vueltiao o íconos de Colombia”.
- ¿Qué técnicas exploras actualmente en tu arte?
- “Me muevo en el muralismo, en la ilustración, en el tatuaje. La primera exposición la hice a los 17 años en El Peñón. A los 18 años fue cuando tuve la oportunidad de hacer mi primer mural. También ilustré libros: una guía de ornitología de Sonsón, una guía de insectos y un libro álbum para niños llamado El baúl”, dice Daniela. Le pido que me muestre alguno de los libros que ha ilustrado. Tiene a la mano un ejemplar del que acaba de mencionar. La cartilla cuenta la historia del traslado de El Peñol, de la creación del embalse, muestra a las aguas cubriendo la iglesia y las casas deshabitadas. Eso ocurrió a mediados de los setenta y fue registrado por el cine documental antioqueños, entre otros en los trabajos de Enock Roldán y de Carlos Álvarez.
Tras la inundación y el traslado del pueblo a su actual ubicación, la gente acudió a la leyenda del ave fénix para hablar de su resurgimiento. Precisamente ese animal legendario está presente en varios de los cuadros que Daniela exhibe en su estudio. En varios se le ve en plena lucha con un dragón, que representa el progreso. Ella trabaja en un cuadro que representa ese tránsito de su pueblo. Esta vez son las lágrimas de una mujer las que anegan el pasado y de las que surge el presente. A fin de cuentas, todo arte de verdad se alimenta de los mitos fundacionales, de aquellas cosas que dejaron huella en las memorias de las comunidades.
– ¿Desde qué edad vivís del arte?
– “Desde los 17 años, cuando me independicé. Fue difícil al principio, como todo emprendimiento. El artista también es un emprendedor. Aprendí a gestionar mis finanzas y sostener el estudio”.
– ¿Y cómo ha sido tu formación en el arte?
– “Procuro estar a la vanguardia en lecturas de arte. Soy muy ratón de biblioteca. Me alimento de la literatura, la historia del arte, la crítica, y también de la web”.
– ¿Qué temas inspiran tus obras?
– “Algunos son simbólicos u oníricos. Por ejemplo, una Magdalena, del Greco, transformada en sirena, un Kraken, o retratos inspirados en el inconsciente”.
– ¿Con qué participaste en la Bienal?
– “Con 14 ilustraciones en témpera inspiradas en la expedición de José Celestino Mutis. Es una propuesta curada por Lucrecia Piedrahita y Adrián Franco, que busca resignificar el saber tradicional y la protección de los recursos naturales”, dice.
A renglón seguido cuenta que hasta mediados de noviembre las obras estarán expuestas en la Iglesia del Perpetuo Socorro.
Le pregunto si tiene el plan de irse al extranjero para continuar con su formación. Asiente, dice que está en cursos de francés y de inglés para viajar a Canadá, quizá. Quiere estudiar artes o historia del arte. Mientras junta el dinero para hacerlo –o despierta el interés de los mecenas, figuras de primera importancia en la vida de los artistas– tiene una jornada de trabajo clara. “Cuando no tatúo, dibujo o diseño. No salgo mucho; soy más de estar en mi espacio, concentrada en mi trabajo”, dice Daniela.
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