Exposición “Las familias que no quedaron en la foto, en el Museo de Antioquia
Esta es una invitación a visitar al Museo de Antioquia en Navidad para recorrer los múltiples caminos, sagrados o no, de las diversas familias colombianas.
Pocos acontecimientos tienen tanto que ver con una imagen como la Navidad. Es que es una celebración católica y esta religión gira obsesivamente alrededor de las imágenes. Incansablemente las ha bendecido, maldecido, controlado y esparcido por el mundo. La representación de la “Sagrada Familia” es pues el centro de la Navidad. Ya sea la de Giotto, la de Murillo o la que hacíamos con muñequitos de plástico en la infancia... Imagen esencial, humana, protectora, incluso en las tormentas contemporáneas, adonde tozuda se ha entrometido en sus infinitas versiones digitales.
En la sala “La persistencia del dogma” del Museo de Antioquia, la Natividad aparece en su versión más tradicional de la mano de Gaspar de Figueroa. La espléndida pintura neogranadina del siglo XVII representa a una doncella que orgullosa muestra su hijo recién nacido a los pastores, pero también al tribunal de la historia. El “fruto bendito de su vientre” justifica su existencia. Y gracias a su maternidad, ella ha tenido el privilegio de convertirse en una imagen por los siglos de los siglos. Atrás, la presencia de un hombre mayor termina de construir el modelo de la familia universal. Es que la Natividad no solo celebra una fiesta católica, sino que afianza visualmente el orden del mundo occidental, basado en una familia nuclear con un primogénito varón.
Sin embargo, a pesar de lo natural que hoy nos pueda parecer, la familia moderna -padre, madre e hijos-, apenas se estaba consolidando en aquellos tiempos, sustituyendo al clan extendido: “Las pinturas de la Sagrada Familia que comenzaron a aparecer en el siglo XVII promovían esta naciente estructura social”, dice el historiador Jaime Borja, co-curador de la Sala. Estas representaciones -que dejaban por fuera las formaciones sociales de los indígenas o los esclavos-, tomaron una inusitada fuerza política en la América colonial. Ellas afianzaban la formación patriarcal y blanca que se buscaba imponer a los súbditos del rey. Una estructura guardiana, además, de la tenencia de la tierra, heredada por la vía del apellido paterno, frente a los “bastardos”, nacidos fuera de la ley en las relaciones extramatrimoniales de los españoles con otras castas, explica el filósofo Santiago Castro-Gómez.
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La imagen de la Natividad sobrevivió a esa coyuntura histórica específica, llegando a nuestros días. Pero, aunque no tengamos conciencia, cada vez que armamos un pesebre en nuestras casas, en un parque, en un centro comercial, insistimos en aquel modelo primordial donde la armonía universal se resume en el número mágico del tres, en un color específico, el blanco. Y en un mandato masculino: “¡Ha nacido un niño ¡”, gritamos alborozados, cuando cantamos villancicos.
Otro es el grito de una “Madona” que ríe en esta misma sala. Pertenece a la serie fotográfica “Diarios de vida” (2007) de la artista Liliana Correa. Está ubicada en otra pared, pero también en otra orilla histórica y en otro giro de la mirada. Su tiempo es el hoy y su perspectiva la de una mujer creadora (las natividades fueron pintadas casi invariablemente por hombres). La chica de la foto es una adolescente al igual que la virgen de Figueroa. Pero hasta ahí llegan las similitudes antes de que el guión se empiece a desbaratar. Para empezar, no hay padre a la vista, y la retratada no cumple con los implacables estándares racializados de la Natividad: es una mujer afro, cuando en este relato solo se le permitía serlo al exótico rey mago Baltasar.
Otra desviación de la narración es que la joven está embarazada. Ya en la década del 40, el artista Carlos Correa había cometido una transgresión similar con su polémica “Anunciación” (obra que también hace parte de la colección del museo). Esta pintura fue censurada en el II y III Salón Anual de Artistas Colombianos, por representar a una desinhibida mujer desnuda, próxima a dar luz, junto a una imagen de María y el ángel. La virulenta crítica de la época la consideró poco menos que un “abominable pedazo de lienzo, bestial e irreverente”, según señala el historiador de arte Carlos Arturo Fernández.
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Hoy la virgen preñada, más que en su supuesta inmoralidad, nos hace pensar en la suprema y violenta contradicción que se cierne sobre el cuerpo de las mujeres latinoamericanas para las que ha sido modelo una paradójica maternidad sin sexo. La madona de Liliana Correa, sin embargo, no se avergüenza de su condición de madre soltera y mira de frente al espectador, con la risa que siempre vetó el arte sacro. Tiene una aureola al igual que las divinidades de la tradición, pero ya no de laminilla de oro, sino realizada con los mismos recursos digitales que se usaron en su falso marco barroco. Este retrato, sin duda, no cumple con los parámetros de la “Sagrada Familia”. Y, al contrario, hace peguntas incómodas sobre el ser madre en condiciones de vulnerabilidad, estigmatización y por fuera de una familia convencional en un barrio popular de la Medellín del siglo XXI. También interroga sobre quiénes tienen derecho a la imagen.
En la misma tónica, hay otra desparpajada perturbación en esta sala de maternidades anómalas. Es la poderosa “Familia Negra” (1958), que las cuadrículas estrictas del género de las Natividades habían dejado por fuera. Se trata de un grupo vibrante de mujeres afro: madres, jovencitas, niñas y muñecas. En esta pintura, el color blanco ha virado, el número tres se ha multiplicado, la pasividad femenina se ha transmutado en independencia y su asexualidad en poderosa sensualidad, mientras el mandato masculino simplemente se saca de la escena.
Quien las ha retratado no es un pincel europeo y exotizante como el del alemán Guillermo Wiedemann cuando recorrió el Pacífico (obras que también están en el museo). Al contrario, ésta es la visión del artista afro Rodrigo Barrientos, contemporáneo de Fernando Botero y hoy injustamente olvidado. Por lo tanto, su mirada es horizontal, inspirada como todo su trabajo en recuerdos de infancia y en los imaginarios ancestrales de una cultura a la que él también pertenecía. De ahí la frescura de este grupo femenino que remueve las estructuras mentales, sociales y visuales que han concebido y representado tradicionalmente a la familia colombiana.
En esta recorrido que recomendamos para el fin de año, no olvide visitar la familia que sobrevivió al conflicto alrededor de una mujer (“El Paraíso” de Luigi Baquero), o a la indígena que con su hijo en las espaldas lucha sola en la ciudad (Luz Elena Castro). Transgresiones todas de esa “Sagrada Familia” que, más que una imagen religiosa ha sido una construcción cultural que muchas veces dejó por fuera a las de carne y hueso.
(*) Co-curadora “Sala Diálogos decoloniales: la persistencia del dogma” del Museo de Antioquia