El Castillo Prado, la casa más fotogénica de Medellín, quiere llenar de cultura y arte a Prado Centro
La casona que está próxima a cumplir un siglo, cuya fachada inigualable está entre las más reconocidas de la ciudad, abrió en septiembre como centro de eventos, cultura y arte.
Periodista. Cubro temas de medio ambiente.
Posiblemente sea la fachada más retratada en Medellín. Solo es entrar a Instagram para ver fotos y videos por doquier de personas posando para la selfi perfecta, de grandes grupos buscando el retrato más memorable o de la promoción de cualquier cantidad de productos o nuevas marcas con el brillante fondo de esa casona y su inconfundible torreón.
Fueron los jóvenes, en el voz a voz, en las redes sociales, los que empezaron a llamar esa casa “el castillo de Prado”. A Carlos Holguín, uno de sus propietarios, siempre le pareció un apelativo fafarachoso. Pero luego entendió que, precisamente, la apropiación del patrimonio tiene mucho que ver con esas relaciones espontáneas que se arman a su alrededor. Y entonces decidió bautizarlo así oficialmente.
Carlos se reconoce como “un hijo de la diáspora colombiana que salió huyendo del país en los 90 por el conflicto”. Anduvo 30 años recorriendo el mundo. Estudió cine en Nueva York, pero lo que realmente ejerció fue el oficio de ser inmigrante. “Cuando uno opta por vivir así, de país en país, simplemente entra por las puertas que se le abren para ganarse la vida”, relata.
Hace seis años regresó al país, convencido de que, en gran medida, reconciliarse con el lugar de origen implica poder hacerlo con las afinidades y experiencias acumuladas durante la vida como migrante. En su caso, la cultura y el arte.
Se dedicó entonces a caminarse Prado, quería entender por qué Medellín es considerada una anomalía en el mundo, una ciudad que abandonó su centro hace décadas mientras que para casi todas las metrópolis del planeta su corazón geográfico es lo más valioso, la zona a la que más valor le asignan, la que más cuidan por ser la que conserva, generalmente, las huellas antropológicas, culturales, arquitectónicas.
Entonces, junto a su socio, un veterano periodista francés, decidió hace poco más de cinco años adquirir dos casonas patrimoniales en Prado. Fue una movida osada. En esa época no estaba ocurriendo nada en Prado que la respaldara como una buena decisión. Pero Carlos estaba convencido de que sí, de que si algo le enseñaron los lugares que conoció en 30 años es que siempre hay un punto de inflexión en el que las ciudades se vuelcan a conservar su patrimonio, a darle un lugar central, sobre todo mientras más se expanden. Pensó que Medellín, convertida en la tercera ciudad más densamente poblada en el mundo, no podía ser la excepción, sobre todo cuando su única zona patrimonial se reduce solo a 71 manzanas en Prado.
Las dos casas que adquirieron hacen parte del enorme legado arquitectónico de Pedro Nel Rodríguez, hijo de Horacio Rodríguez y nieto del alemán Enrique Hausler, pionero de la ingeniería y arquitectura en Medellín. Don Horacio fundó HM Rodríguez e Hijos, la primera firma de arquitectura que tuvo la ciudad. Pedro Nel, formado en Estados Unidos y Paris, es tal vez el mayor responsable de que Medellín adquiriera un estilo arquitectónico propio en ese lento tránsito de la arquitectura republicana a la moderna. Por ende, cada casa y edificación que gestó son joyas de colección.
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Nel Rodríguez comenzó a construir la que hoy se llama Castillo Prado en 1927, contratado por Carlos Gutiérrez Bravo, un empresario con una capacidad creadora como pocos en la historia de Colombia. Gutiérrez, mecenas de la cultura y el desarrollo social de Medellín, ayudó a gestar la Compañía Colombiana de Tabaco, Cine Colombia, la Escuela de Ingeniería de Antioquia, la Ganadera Nacional S.A., Suramericana de Seguros, Corporación Financiera Nacional de la ANDI, Cementos Argos y Hotel Intercontinental, entre otras empresas y organizaciones. Las obras en la mansión de ensueño de don Carlos quedaron inconclusas por la catástrofe del mercado de valores de Estados Unidos en 1929. Pero finalmente Nel Rodríguez la terminó en 1933, desde entonces y por 50 años fue la casa del magnate. En 1997, como le pasó a cientos de quintas, casonas y palacetes en Prado, terminó acogiendo un negocio de servicios médicos, mutilada y deteriorada al acercarse al siglo de existencia, así la encontraron Carlos y su socio y así decidieron adquirirla y rescatarla.
Restaurar esa casa de estilo neoclásico, de 600 metros cuadrados coronada con su inconfundible torreón les ha costado cinco años y $2.400 millones. Si en Medellín existiera un premio a la recuperación patrimonial y arquitectónica, Castillo Prado tendría todos los méritos para llevárselo por la calidad de restauración que hicieron, el trabajo meticuloso en cada rincón del histórico inmueble, sin contar ni siquiera con planos, porque no les fue posible hallarlos.
Fue después de que compraron esta y otra mansión de 1.000 metros cuadrados, de estilo Art Déco (también obra de Nel Rodríguez), que empezaron a pasar cosas en Prado Centro. Desde 2020 la Agencia APP comenzó a destrabar jurídica y administrativamente un instrumento del POT llamado Compensación por Transferencia de Derechos de Construcción que permite que los propietarios de casas patrimoniales en Prado pudieran vender su derecho de construcción a algún proyecto en otro sector de la ciudad y acceder a recursos para ejecutar restauraciones manteniendo el valor histórico y arquitectónico; o facilitar las alianzas público-privadas en las que nuevos inversores adquieren esas viviendas con el estímulo de poder desarrollar proyectos comerciales basados en la salvaguarda de esos inmuebles.
Castillo Prado, su vecina Casa Ángel y la llamada Casa Blanca (un gigantesco inmueble fiscal de la alcaldía) fueron los conejillos de indias para ejecutar este instrumento. Casa Ángel será un alojamiento de lujo; Casa Blanca ahora es Salón Prado, un espacio de 1.800 metros convertido en mercado gastronómico y para eventos culturales; y Castillo Prado se estrenó en septiembre pasado con el objetivo de ser un centro de eventos privados y de ciudad, y también un lugar para el arte y la cultura, con exposiciones, presentaciones en su teatrino, lanzamientos de libros, desfiles de modas. Con el pragmatismo necesario para equilibrar quijotadas como invertir en patrimonio y cultura en Medellín, Carlos aclara que para encontrar la sostenibilidad necesitan lograr una agenda robusta de eventos privados: empresariales, bodas, entre otros. Eso sí, sin perder el norte del proyecto que es garantizar que sea una casa de puertas abiertas para democratizar el patrimonio. Con eso en mente fue que decidieron no convertirlo en un hotel. “Concluimos que era una propuesta absolutamente elitista, no es la idea que tenemos de la conservación patrimonial para la ciudad”, insiste. Del equilibrio financiero en este proyecto depende también la posibilidad de restaurar el otro inmueble, de 1.000 metros cuadrados.
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Este fin de semana, por ejemplo, Castillo Prado se convirtió en palco de lujo de la Galería de autos antiguos, uno de los eventos más esperados del Festival Prado Vive. Carlos y su socio son realistas. Tienen claro que tanto la maduración de este proyecto como el de la llamada segunda edad dorada de Prado solo serán posibles en un plazo de cinco a diez años. En Prado hay al menos 50 inmuebles patrimoniales viables para replicar proyectos similares a los que están gestándose actualmente: hoteles de lujo, centros culturales, restaurantes, entre otros.
Carlos cuenta que el día de la apertura recibieron una carta de Cristina Toro y Carlos Mario Aguirre, del Águila Descalza, con un emotivo mensaje con el que dimensionaron que ahora hacen parte de la segunda generación que tiene la misión de ampliar el camino que pioneros como Carlos Mario y Cristina iniciaron hace dos décadas para convertir a Prado en el eje cultural de la ciudad. Fueron esos pioneros solo golondrinas, ahora es una pequeña bandada y, si el camino no se tuerce, Carlos Holguín vaticina que una tercera generación en 10 años será la encargada de consolidar el sueño de un Prado vivo, cultural y habitado.