Barbarie
Hace ocho días, en una tierra remota al norte de Europa, las islas Feroe, una jauría humana perpetró un acto de barbarie. Es decir, un acto de fiereza y crueldad que buscaba continuar con una tradición que, dicen, tiene más de diez siglos de historia. Hasta que algo se les salió de las manos. En un solo día, un grupo de pescadores asesinó mil cuatrocientos delfines a punta de lanza.
Dicen que creyeron que sólo eran doscientos, que esta ha sido siempre una forma sostenible de recolectar alimentos de la naturaleza, que alguien tendría que haberse dado cuenta del número real, que la mayoría de la gente está en shock por lo que pasó. Y, sin embargo, ocurrió. Hay desconcierto, hay conmoción, pero alguna fuerza tuvo que poseerlos para dedicarse durante horas, como en un ritual pagano, a sacrificar animales sin parar.
Hay algo que despierta la sangre en el cerebro primitivo que aún posee el ser humano. La sensación de pertenecer a una manada y cazar juntos probablemente nubla cualquier rescoldo de pensamiento civilizado. Se podría suponer que se necesita entrar en trance para aislarse de la realidad concreta y perder la cuenta del número de veces que la lanza atravesó la piel de los animales. Pero, hasta donde se sabe, estos hombres no estaban en medio de un delirio colectivo provocado por el consumo de un psicoactivo. Simplementre acudieron al llamado del compañero que les avisó de la cercanía de un grupo pequeño de delfines. Y perdieron la cuenta.
Con acciones de esta magnitud no se puede dejar de pensar en lo básicos y precarios que seguimos siendo. En las muchas formas que encontramos para justificar actos que no tienen sentido, pero que de alguna forma validamos para seguir viviendo. Probablemente no así de extremo, pero quién puede decirse a sí mismo que en algún momento de su vida no ha actuado con crueldad frente a algo o a alguien. Por más evolución, por más siglo XXI, por más tecnología y avances científicos, hay rasgos primigenios que aún marcan nuestro actuar y superan nuestra capacidad de comprensión.
Somos contradictorios, actuamos unas veces por instinto y otras, con premeditación. Pero es tal vez en esos instantes en los que perdemos individualidad, cuando somos parte de un colectivo ciego, cuando más irracionales podemos llegar a ser. Tanto como para perder la cuenta, continuar con la destrucción y luego llenarnos de remordimientos. Eso parece que tienen ahora los pescadores feroeses pasada ya la repartición de carne. Seguramente contribuirá a ello el que hayan dado una rápida mirada a cualquiera de las fotos que hay en internet con el resultado de su barbarie