Columnistas

Candidatos en pelota

07 de noviembre de 2015

No es lo mismo estar desnudo que estar en pelota. O, mejor, quedar en pelota, que es lo que pasa cuando a uno lo desnudan. Y que fue lo que ocurrió con las sendas entrevistas hechas en este periódico a los recién elegidos alcalde de Medellín y gobernador de Antioquia, que se publicaron en la edición del martes pasado.

En realidad, no dijeron nada nuevo los nuevos gobernantes. Las mismas vaguedades, el esbozo de las mismas promesas teóricas y los mismos buenos o malos propósitos de las respectivas campañas. Quedaron al desnudo tanto la innegable buena voluntad y no oculta ingenuidad del uno, primerizo al fin y al cabo a la hora de gobernar, como la tampoco ocultada malicia y los recovecos interiores del otro, machucho y experimentado en estos menesteres.

Lo interesante de unas elecciones es que, quitados los oropeles y la parafernalia electoral, los candidatos, tanto los triunfadores como los perdedores, regresan a su estado de “diosecitos cagados”, como decía Fernando González hablando de la vanidad del ser humano. Se destapan sus virtudes y sus miserias, sus verdades y sus mentiras, sus posibilidades o imposibilidades de cumplir lo prometido, y también su inocultable confesión de que a la postre, en la búsqueda de los votos, se convirtieron en simples titiriteros de utopías.

Ya que se nos enredó entre las teclas la palabra utopía, me atrevería a susurrar al oído de los candidatos triunfadores (ahora que me los imagino en pelota, tiritando frente al reto que asumen), las dos clases de moral en política de que habla Max Weber. La “moral de convicción” y la “moral de responsabilidad”. La primera es propia del político en la oposición, y la segunda, del político en el poder. Aquella permite al candidato en la oposición ofrecer cualquier utopía, mientras la otra le obliga, cuando está en el poder, a ajustarse a la cruda realidad. Tarde o temprano tendrá que dar cuenta de sus ofertas utópicas. Y habrá quién le pase la factura.

Todo candidato, pues, ofrece utopías. Si triunfa, la moral de responsabilidad le obliga a destruir esas utopías. Y no ya todos tan contentos, como cuando ganó en la urnas, sino todos tan descontentos. Menos él, por supuesto, que más allá de los sueños rotos y las realidades que lo abruman, sigue aferrado a lo que llaman la erótica del poder. Que es un clavo caliente al que los políticos se agarran y no sueltan por nada del mundo, pues debe producir inmenso placer, supongo. Y con el placer otras prebendas y satisfacciones. Más aún en un país como el nuestro, en el que el poder acaba carcomido por el sida de la corrupción.

Me da compasión ver en pelota a los candidatos de las pasadas elecciones, triunfadores unos, derrotados los más. Fue lo que sentí al leer el informe del El Colombiano del martes sobre los gobernantes entrantes de Medellín y de Antioquia. Como siempre lo he considerado, en periodismo la buena entrevista es la que empelota al entrevistado. La que lo desnuda para los lectores.