Cuerpo y territorio
Si no fuera porque los conozco diría que mi tío, el padre Nicanor, y la sobrina Mariengracia habían estado peleando. O al menos, enzarzados en una de esas frecuentes esgrimas de cantaleta que se dan entre personas que conviven en la misma casa. Estaban ahí, sentados el uno frente al otro con cierto aire de indiferencia, pero se respiraba ese desasosegante silencio que sigue a las ventiscas familiares.
Siguiendo un consejo recibido alguna vez del mismo padre, opté por el “no meneallo”: “No alborotes el avispero, muchacho, que sales picado”. Fue él quien rompió fuegos después de que la sobrina, tras habernos traído el tintico, se encerró en la cocina con portazo incluido.
-Tiene razón Mariengracia en enfurruscarse con el desorden que, dice ella, creamos los hombres en la casa. Es cierto y somos incorregibles.
-¿Y usted qué opina, tío?
-Te cuento que alguna vez leí que un sicólogo sueco, cuyo nombre, si mal no recuerdo, era Gunnar Skinn, decía que las mujeres suelen sentir la casa como una prolongación del cuerpo, mientras que los hombres la sienten como parte de su territorio. Y comentaba algo como que si para el hombre tirar las cenizas del cigarrillo sobre el piso era un acto de libertad en su territorio, para ella puede ser una agresión personal.
-Yo pienso, tío, que la dialéctica cuerpo-territorio, que ciertamente enriquece la diferencia de géneros, también ilustra concepciones distintas en la vida de muchas personas y muchas confrontaciones de diversa índole en la sociedad.
-Por ejemplo, creo, en la pareja no es lo mismo el sexo como plenitud de entrega y vivencia corporal, que caracteriza el sentimiento femenino, que como juego de posesión y conquista que rige en los hombres.
-Y si nos salimos de entre las sábanas, padre, la dicotomía cuerpo-territorio se advierte también en el concepto de patria. Los españoles, por ejemplo, nos trajeron a América la vivencia de patria como territorio conquistado violentamente o expoliado con mañas jurídicas, no como cuerpo, como extensión corporal.
-Explícate.
-En la cosmovisión del indio americano la tierra era, sigue siendo, prolongación del cuerpo, vivencia, éxtasis. Los españoles, cargados de bulas y cédulas reales, vinieron a delimitar el territorio, a repartirse las tierras.
-Por eso, hijo, han fracasado las políticas de los gobiernos colombianos frente a los indígenas y las comunidades negras, que los “hispanodescendientes” hemos aceptado en llamar, con fementido arrepentimiento, “afrodescendientes”. Se les corta el cuerpo a pedacitos, mientras se mojonan y legalizan contratos en bien de los blancos usurpadores. Es la eterna injusticia.
-Y ese es también, padre Nicanor, el problema de los campesinos. Por eso aquí siempre han fracasados los intentos de reforma agraria y pueden fracasar ahora las políticas de devolución de tierras a los campesinos desplazados. Los terratenientes han venido delimitando con alambres de púas el cuerpo de los habitantes del campo. A ellos les duelen, como pedazos que les arrancaran, las triquiñuelas jurídicas y legales para desposeerlos. Quitar la tierra, por gracia de la corrupción o por la violencia de actores armados, como guerrillas y paramilitares, ha sido un cruento y cruel descuartizamiento. Eso: desplazamiento es despedazamiento.
-Vea, pues, hijo. Para algo sirvió la peleíta con Mariengracia.