De errores y equivocaciones
En el primer tomo de sus memorias, que se titula “Perder la vida”, el conocido poeta nicaragüense Ernesto Cardenal dice que en la lucha por su vocación como sacerdote católico, haberse definido por el celibato bien pudo ser un error, pero “sin este error de escoger el celibato yo no hubiera sido revolucionario. Habría sido un burgués”. Y cuenta que su gran mentor espiritual, el monje trapense estadounidense, Thomas Merton, un gran místico del siglo pasado que fue su maestro de novicios, comentaba que “si le volviera a tocar escoger entre ser monje o no, escogería no ser monje; pero ya que lo escogió, debería seguir siéndolo”.
Cardenal nació en 1925. Como quien dice, anda hoy por los 92 años bien vividos, que cumplió exactamente ayer, 20 de enero. Poeta, escritor, escultor, traductor, exmonje trapense, sacerdote (suspendido en su ejercicio sacerdotal por Juan Pablo II en 1984, sanción que le levantó el Papa Francisco en 2014), revolucionario, teólogo de la liberación, ministro de la cultura después del golpe que derrocó a Somoza, exsandinista desde 1994 y crítico acérrimo del reelegido presidente dictatorial de Nicaragua, Daniel Ortega, entre muchas otras exaltaciones literarias, mereció el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana en 1912.
Hemos traído a colación por la frase suya citada arriba, pues parece oportuna en estas primeras semanas de enero, cuando se hacen balances y exámenes de conciencia. Una buena costumbre, no para adobar taumaturgias que alienten conversiones falaces, sino porque ayuda a reencontrarse consigo mismo a quienes a menudo comprobamos que la vida ha sido -no nos dé pena confesarlo- una equivocación.
Ninguna vocación, ninguna elección, subsisten sin una permanente sensación de estar equivocados. Un riesgo de error que, me parece, es parte esencial de la libertad.
Se vive, pues, con la equivocación terciada al hombre. Asumir eso no es renegar del pasado o del presente, no es arrepentirse, ni mucho menos sentirse frustrado o resignarse a lo irreversible. Es vivir la exacta dimensión de la existencia, que es la incertidumbre. Las certezas absolutas son las celestinas del fanatismo, de la intransigencia, del encerramiento egoísta, de la negación del pluralismo.
Sentirse inseguro, saberse bordeando a cada paso el riesgo del error, de la equivocación, no es una debilidad sino tal vez la única frágil fortaleza que nos permite la condición humana.