Columnistas

¿Efecto dominó?

20 de abril de 2016

El fracaso de la izquierda populista en Latinoamérica es evidente. Brasil, el gigante suramericano, está en la incertidumbre institucional. La corrupción y el fracaso económico del sistema tienen contra las cuerdas a la presidenta Dilma Rousseff. Va camino a su destitución. ¿Será la primera ficha populista que cae en el efecto dominó?

La democracia, esencialmente la populista, se desprestigia. Hay un paulatino desgaste que hoy se palpa en muchas naciones latinoamericanas. Hay una terrible tendencia de “acumular poder a través de unos presidentes que se sienten todopoderosos”, dice el analista Jorge Ramos.

Se enumeran entre las fragilidades de estas democracias demagógicas, “los cambios súbitos en las constituciones, que no reconocen fronteras ni ideologías. Prácticas inescrupulosas que se han convertido en incurable virus latinoamericano”, como lo plantea Héctor Schamis en El País, de Madrid.

Se ha sostenido que “regímenes presidencialistas sin alternancias, son una contradicción”. Adquieren calificación de despotismo. A la oposición se le asfixia. Y así la posibilidad de constituirse en alternativa real de poder es una utopía. Ejemplos abundan entre el Río Grande y la Patagonia.

En este análisis, Schamis sostiene que “la democracia es un contrasentido en ausencia del Estado de derecho”. Y modelar ese Estado real de derecho se aleja por la desprestigiada aplicación de la justicia y la penetración de la corrupción. Estos males -cubren a no pocos gobiernos latinoamericanos, creando una calamidad no solo coyuntural sino estructural. Además, “es difícil impartir justicia y proteger libertades y derechos sin una normatividad jurídica objetiva, neutral, impersonal y equitativa”.

Esta visión de democracia populachera, con presencia de corrupción, caudillismo, deplorable manejo de la economía, se refleja no solo en sus instituciones débiles, fragmentadas y perforadas de inmoralidad, sino en las encuestas en donde cada día la opinión pública raja a sus gobernantes y los empuja hacia el abismo. El caso hoy de la Rousseff confirma la apreciación. Mañana podrá ser Maduro. Y el resto de comparsa seguiría...

La imagen de la mayoría de los presidentes latinoamericano está deteriorada. No es sino ver las encuestas. “La democracia que ellos practican –lo sostiene el analista Fernando Cvitanic– no ha logrado cautivar a sus pueblos ansiosos de mejorar su calidad de vida, reducir la corrupción y aumentar la seguridad social”. Por esta América, “los presidentes gobiernan con altos índices de rechazo, producto de la violencia, la corrupción y las necesidades básicas insatisfechas”. No es sino constatar el último informe de la Cepal, en el cual calcula los pobres de la región en 175 millones de almas. Con tanta inequidad y miseria, ¿se podrá sostener que hay una democracia justa y auténtica? ¿No será más bien su caricatura con gobiernos populistas y corruptos, como el que podría irse de bruces en el Brasil?

Mientras unas sociedades aspiran salir del populismo izquierdista, otra, que vive a la penúltima moda, comete errores para caer en él.