Columnistas

El día del santo desconocido

15 de agosto de 2015

Eso del santo desconocido se lo inventó mi tío, el padre Nicanor. Como lo del soldado desconocido, decía, y de vez en cuando me invita a que venga a acompañarlo en una de esas misas suyas sin asistentes, fuera de Mariengracia y yo, en que él celebra la que llama fiesta del santo desconocido. Que es, a mi parecer, su peregrina versión de la fiesta de todos los santos. Un homenaje a la santidad ignorada. Alguna vez dizque le contaron al obispo y este dicen que dijo que es mejor la chochería de un viejo cura “biato”, que la herejía de un teólogo engreído. Debe ser un cuento. No sé. Lo cierto es que mientras llegaba Mariengracia, nos pusimos a hablar de un tema tan poco atractivo, tan “jarto” para tantos de nosotros, como es el de santidad ignorada.

-Que muchas veces, hijo, es tan ignorada, tan olvidada, tan menospreciada aun por las altas esferas eclesiales, que puede llevar hasta el desaliento, hasta la desesperanza. A mí, te lo confieso sobrino impertinente, me entristece ver cómo en nuestra iglesia latinoamericana se ha echado tierra sobre la memoria de tantos mártires, de tantos heroísmos de sacerdotes, religiosas y laicos que luchan y han luchado por los pobres, por la justicia, por la igualdad, por los derechos humanos.

-No me hable, tío, usted, precisamente usted, de desaliento y desesperanza.

-Perdona que sea franco contigo, muchacho, pero a veces me lleno de preguntas. ¿Luego es inútil la esperanza? ¿De qué sirven los profetas? ¿Para qué los héroes, y los osados, y los mártires? ¿Son un engaño las utopías? ¿Es una ilusión esta inquebrantable fidelidad al Evangelio?

-¿Cómo así, padre Nicanor? ¿Es que a usted, ya casi nonagenario, también le acechan horas de tinieblas? Eso sí me preocupa. Pero allá yo sí no me meto.

-No te escandalices, hijo. Esas mismas preguntas han brotado a lo largo de la historia desde la muerte de Cristo en la cruz. Es parte de nuestra condición de creyentes. O de increyentes. Y no estamos exentos de ello ni los sacerdotes. Pero Dios nos ayuda. Después de todo, la esperanza solo se descubre desde la desesperanza, como decía el monje norteamericano Thomas Merton.

-Tal vez, pienso yo desde mi ignorancia, sea esa fidelidad a su vocación y ese esperar contra toda esperanza lo que hace perdurable al profeta. ¿Será, padre, que la osadía del profeta es una fórmula de supervivencia y, más allá, de permanencia en el futuro?

-¿O será, hijo, que la denuncia contra la violencia y el no tenerle miedo a la muerte agazapada en cada esquina es una manera, tal vez la única, de sobrevivir?

-¿O mejor, tío, que la fidelidad a los sueños rotos, a las utopías imposibles, es mejor premio que el de la inútil inmortalidad que dejan los triunfos y los proyectos humanos aureolados de fama y reconocimiento?

-Como sea, muchacho, recémosles a los santos desconocidos e ignorados. Que ellos nos protejan.