El hombre derrotado
La historia del liderazgo humano, con sus gestas y leyendas, es rica en ejemplos de gloria y decadencia. Pasa fácilmente de cima a sima. Vanidades, aplastaron la efímera grandeza. Algunos caídos por su arrogancia –como Napoleón, quien después de crear un imperio murió desterrado y solitario en una isla adentro del atlántico. Julio César, emperador romano, asesinado por uno de sus más cercanos discípulos. Bolívar, a quien se le llamó, en cena ofrecida por el presidente norteamericano Monroe en honor a Lafayette, “el George Washington de Suramérica”, vivió su agonía en medio de la desolación y del silencio. Para muchos ni Alejandro Magno, ni Aníbal, ni Julio César, ni Carlomagno, ni Napoleón, lucharon como Bolívar en condiciones tan precarias y en “terrenos tan amplios como inhóspitos”.
Mañana se conmemoran 190 años de la muerte del Libertador. Murió abandonado, profundamente triste, desencantado de la fugacidad de la gloria y los honores. El tiempo lo reivindicó. Hoy es de los estadistas más admirados en la historia de América. El diplomático británico John Porter Hamilton –según la escritora Marie Arana– llegó a calificar al Libertador como “el hombre más grande y el personaje más extraordinario que el Nuevo Mundo haya producido”. Algo similar había expresado Miguel de Unamuno en una de las páginas que se quedaron escritas de lo que iba a ser su libro sobre las vidas paralelas de Don Quijote y Bolívar. Escritores de todas las razas, de todas las naciones, no han ahorrado elogios para exaltar la vida y obra de Bolívar.
Después de su gloria, huidiza como toda gloria humana, llegaron a su vida las ambiciones, los celos, los odios. Para sus enemigos, los errores del Libertador pudieron más que sus aciertos. Y de aquellos se valieron sus detractores para abominarlo, para acusarlo. Intentaron matarlo como a Julio César, no en el foro sino en su lecho nupcial. Se escapó mientras la turba celebraba su presunto pero fallido magnicidio. Luego en el Perú mientras batallaba por la libertad, se descubrió un complot para asesinarlo. En Lima lo llamaban despectivamente “zambo” creyendo que por ser la ciudad de los virreyes solo corría sangre azul.
Entre sus más valiosas premoniciones que como guía dejó para la posterior conducción de los destinos de Colombia, una sigue con vigencia: “Colombia necesita instituciones sólidas, mejores ciudadanos, una hacienda pública más eficiente, un ejército reorganizado, un poder judicial que proteja los derechos del hombre”. Doscientos años después, estas palabras siguen resonando como deuda impagable a la certera directriz del Libertador.
Bolívar abandonó Bogotá en medio de las mofas, difamaciones, agravios. Era el coro de la ingratitud humana en toda su dimensión. Solo después de muerto se le reivindicó. Los pueblos a través de posteriores generaciones hoy le rinden culto a sus gestas y recuerdan sus luchas por la dignidad, la seguridad, el decoro de país. La misma lucha que libraron en su momento quienes también pretendieron dejar una nación viable. Hombres de acción y de valor, luego abominados por los mismos que disfrutaron de sus acciones, insustituibles en sus momentos para que sus naciones no cayeran en garras de los violentos y anarquistas de todos los pelambres.