Columnistas

En comodatos precarios

25 de abril de 2018

La situación de los dos partidos tradicionales colombianos es deplorable. El Conservador se pega, en su división jerárquica, a dos candidatos, aspirando a que quien gane la presidencia les garantice acceso a la nómina oficial. El Liberal está encartado con su “inanimado” postulado presidencial. A ambos se les marchitó la cosecha de dirigentes. El protagonismo de rojos y azules no puede ser más deprimente.

¿Qué se hicieron los grandes dirigentes del liberalismo y del conservatismo? ¿Dónde están las huellas de sus más representativos jefes del siglo pasado? ¿En qué rincón quedaron las pisadas, con muchos aciertos y no pocos errores pero definidas, de sus líderes? ¿Por quiénes fueron sustituidos? ¿Acaso por actores comprometidos en el transfuguismo y en escándalos contra la moral que golpean a una opinión escéptica y colmada de incertidumbres?

El candidato liberal, Humberto de la Calle, en una pobrísima consulta popular, alargó la mano en su agonía para que Sergio Fajardo lo sacara del atolladero. No lo logró al ser boicoteado en el intento por César Gaviria, acusado por la exministra samperista Cecilia López de manejar “agendas ocultas” para favorecer a su dinastía. Está en las encuestas –confirmada por las últimas de Guarumo y Datexco– situado por debajo del margen de error, hecho de por sí humillante. Se le ve cansado y rodeado de compañeros aburridos. Tiene que cargar con la discutida negociación habanera que hoy se muestra frágil por las deserciones, escándalos e incumplimientos de las dos partes que suscribieron los acuerdos en la Cuba de los Castro.

Los dirigentes conservadores andan perdidos. Con candidatos presidenciales prestados –que los reciben en comodatos precarios– es hoy un partido errante y sonambulesco. Con la mano extendida para recibir un favor burocrático que no los haga desaparecer del mapa. Porque si bien sacaron aceptable votación en las elecciones parlamentarias, estas no le fueron convincentes para elegir un candidato de su propia cosecha que se pudiera constituir en opción real de poder.

El mapa electoral colombiano se viene rediseñando. La situación del bipartidismo es de agonía. Sólo el 12,5 %, según encuesta de Invamer, se identifica como liberal. Apenas un 5,7 % como conservador. Parecen partidos políticos con fecha de vencimiento. Otras opciones políticas –¿efímeras acaso?– entran en el mercado electoral. Las jerarquías liberales y conservadoras subsisten sin mística alguna, sin grandeza para devolverle el poder moral a su ideología. Pegados como lapas, labran su propia tragedia.

Es tal la decadencia de los partidos colombianos que un analista del diario español El País, Antonio Navalón, comenta que tanto en Brasil, como México y Colombia, “el sistema de partidos está en crisis por la pérdida de la autoridad moral frente a los pueblos y la consiguiente escalada de la falta de fe democrática que se va reflejando cuando se pulsa el ánimo de la población”.

Pobres partidos Conservador y Liberal, en manos de tan débiles dirigentes. Ambas colectividades están pagando la penitencia, impuesta por sus directivas, de seguir como judíos errantes a la caza, no ya de su dignidad, sino de limosnas burocráticas.