Columnistas

GALÁN

21 de agosto de 2019

Treinta años después del asesinato de Luis Carlos Galán por las mafias del narcotráfico, el columnista Juan Lozano opina que “si hoy terminara la historia, yo concluiría que el sacrificio de Luis Carlos Galán fue estéril”.

No es sino mirar la herencia que recibió el presidente Duque para confirmar la validez del juicio de Lozano. Más de 200 mil hectáreas sembradas de coca, que incendian el país de crímenes, de corrupción, de dineros sucios, de financiaciones electorales tramposas. Que penetran en la política y en la administración pública con patente de corso, sin retén alguno que los detenga. Que corrompe a la mayoría de las instituciones del Estado. Y que tiene en buena parte doblegada la justicia, que no opera, o por miedo o por estar sobornada.

Cómo ha sido de funesta la droga que permeó hasta la guerrilla. E hizo de esta quizá el mayor cartel de cuantos compiten en el mercado negro a nivel nacional e internacional. Pasaron de rebelados contra el sistema de gobierno y de sociedad, a formar clanes de narcotraficantes que llenan de miedo y de dólares para financiar audacias.

Galán fue un hombre valeroso. Recordamos nuestra última conversación con el líder. Horas antes de que se frustrara un atentado que se iba a cometer en las cercanías de la Universidad de Medellín, estuvo en nuestras oficinas de EL COLOMBIANO. Teníamos cierta cercanía desde que ambos ejercíamos con intensidad nuestra labor periodística y en función de esta actividad, habíamos coincidido en viajes y hoteles por algunos lugares del país. Luego nos encontramos, bajo el gobierno de Misael Pastrana, en el apartamento bogotano de Jota Emilio Valderrama, al que acudían quincenalmente algunos ministros, entre ellos Galán, para conversar animadamente acerca de temas con menos transcendencia de la que ellos desarrollaban en sus carteras.

En esa visita al periódico, lo vimos cauteloso, pensativo. Se echó una corta siesta en el sofá. Al levantarse para cumplir con el compromiso universitario, nos manifestó sus hondas preocupaciones no solo por su vida sino por el porvenir del país. Sabía que estaba, tanto él como las instituciones colombianas, condenados a muerte. Y más aún entendía que con los débiles instrumentos del Estado para encarar tan demencial desafío, no había forma de cortar esa siniestra historia. La Nación estaba inerme ante el avance siniestro de las mafias de la droga.

¿Qué diría Galán, especula Juan Lozano en su columna, si despertara de su sueño profundo y se percatara de que una Constituyente aprobó la no extradición de quienes habían sido sus verdugos? ¿O viera en sus cómodos sillones de congresistas a las cabezas de una guerrilla, violadora de los derechos humanos y de niños, que se financió con los mismos dineros del narcotráfico que lo llevaron a su muerte?

“Todo perdono en el hombre, menos la lucha estéril”, ha sido una frase atribuida al poeta francés Mallarmé. Estimamos no solo que ese sacrificio pudo ser estéril sino inútil, como lo fueron los de Sucre, Uribe Uribe, Gaitán, Álvaro Gómez, Pardo Leal, magistrados, jueces, periodistas, policías y muchos más, asesinados en un país que difícilmente recuerda el ejemplo valeroso de sus líderes inmolados.