Hablemos, Baena, del morir
El pasado 10 de julio falleció el escritor José Gabriel Baena Gaviria, bien conocido en el ámbito cultural de Medellín. Y mientras me hago a la idea de que se murió el amigo de El Mundo, referente siempre disponible en la Piloto, contertulio de silencios y paciente compañero de aventuras editoriales, quisiera rendirle como homenaje una selección de pensamientos sobre la muerte, que entresaco de viejas columnas mías. Es un recurso del que suelo echar mano para apaciguar el duelo y la tristeza aneja a la desaparición de amigos y seres queridos. Tal vez algunos lectores las recuerden.
Además, a propósito de Baena, como escuetamente le decía yo, confieso que necesito tiempo para volver a leer, no simplemente releer, sus libros y también para desatrasarme en internet de sus columnas de “Vivir en El Poblado”. Excelente esta producción de periodismo de opinión de José Gabriel. Como siempre ocurre, uno no se da cuenta del valor de lo que lo rodea, o de alguien que está a su lado, hasta que ese algo deja de rodearlo definitivamente, o a ese alguien cercano le da por perderse por los vericuetos del más allá, de eso que sin conocer llamamos eternidad y que descubrimos precisamente al morir.
Adentrémonos, pues, Baena, por los claustros de este monasterio de la soledad y hablemos del morir, aunque dentro del silencio monacal que tanto te gustaba y que es ahora tu presente ausencia, mis palabras no sean ya sino un eco en las orillas.
Yo siempre he dicho que la muerte es una forma de ternura. Para quien muere, porque su vida al fin se desgonza en las manos de un Dios amoroso, únicas manos que son capaces de recoger los despojos de la ardida existencia del ser humano. Para los que quedamos, porque la muerte del ser querido rompe los diques de ternuras contenidas que tal vez no fuimos capaces de expresar en vida y se agolpan ahí, en ese momento irreversible. Es una ternura tan honda que se vuelve tristeza. Y una tristeza tan avasalladora que se convierte en ternura.
No hay consuelos suficientes ni explicaciones válidas para entender una muerte. Si uno busca eso, explicación y consuelo, acaba amargándose. El morir, propio y ajeno, es una ruptura tan honda que cualquier racionalización es casi ofensiva y son ofensivas las palabras mismas de duelo. La separación de un ser querido ocurre en un recinto cerrado de la propia intimidad, inaccesible a los demás. Y es ahí donde, si uno acepta humildemente la condición humana, tarde o temprano brotará una esperanza. No es simple resignación, la aceptación de lo inevitable, sino una inédita e inesperada serenidad...
Dios es un alfarero. Qué bellas sus manos hundidas en la arcilla, moldeándola, acariciándola. Pero ningún alfarero se queda con la vasija moldeada... Tarde o temprano se quebrará. Mirar la muerte a la luz de Dios es saber que sus manos de alfarero están ahí para recoger los pedazos... Entonces es ya alfarería de eternidad .