Hacia la isla
¿Cuántas veces hemos sentido la necesidad de escapar a una isla? De alejarnos del continente, de lanzarnos a la travesía y encontrar por fin la concentración anhelada. La historia del arte tiene cientos de ejemplos de artistas que pusieron mar de por medio y encontraron refugio para crear en ese entorno íntimo y aislado.
Un ejemplo de ello se ve en el recién estrenado documental de Netflix “Marianne & Leonard: Palabras de amor”. Una historia que habla de la relación que vivió Leonard Cohen con la noruega Marianne Ihlen desde que se conocieron en la isla griega de Hydra en la década de los 60. Ella definió el encuentro así: “Éramos dos refugiados que huíamos de nuestras vidas y nos encontramos cara a cara”. Durante los seis años que vivió con ella en la isla, Cohen escribió cuatro libros de poemas, su novela Los guapos perdedores, lanzó su primer disco y dio su primer concierto. Un tiempo prolífico, indudablemente, que confirma el impulso creativo que puede generar el mar omnipresente.
Tal vez por ese vínculo del arte con la isla es que ha ido apareciendo una serie de galerías de arte, fundaciones y residencias artísticas en sitios inimaginables, en lugares donde la cultura permanece intacta y donde se puede experimentar el arte en estrecho contacto con la naturaleza. Menorca, en las Baleares; Porquerolles, a siete kilómetros de la Costa Azul; Vallisaari, frente a las costas de Helsinki; Naoshima, en los mares de Japón, o Svalbard, en Noruega, son islas a las que los amantes del arte contemporáneo les rinden culto.
La misma Hydra de Leonard y Marianne alberga hoy los tesoros de uno de los mayores coleccionistas de Europa, Dakis Joannou, cuya fundación, en un antiguo matadero junto al mar, permite deleitarse con la vanguardia del arte europeo. En todos estos lugares se han desarrollado proyectos ideados para un lugar concreto (siguiendo la tendencia del site-specific) que constituyen en sí una experiencia gozosa de comunión entre el arte y la naturaleza. Son sitios que podrían formar parte de Utopía, esa isla imaginaria creada por Tomás Moro hace más de 500 años, donde el poder de la imaginación y la vigencia del humanismo son palpables.
Dice Cohen en el documental: “En Grecia sentí el calor en mi interior por primera vez”. No se refería al físico, por supuesto, sino a ese que surge algunas pocas veces, cuando nos estremecemos conmovidos por la inspiración, bien sea la propia o la de otro que supo transmitir eso que solo alcanzábamos a intuir. Basta con oír Moving on para comprender. Fue una de sus últimas canciones, escrita con el recuerdo de la isla tras la muerte de Marianne