Columnistas

Hay

27 de enero de 2018

Aquí estaba, ahí estuvo, Nadya Tolokno viajó dos días desde la fría Moscú, ahí, sentada con su belleza inmaculada y su aparente fragilidad que acentuaban una mochila de hellow kitty y sus medias de colegiala, nos habló de lo que acertadamente hace unos años el periodista Juan Mosquera definió como artivismo, que no activismo; ella, modelo 89, estuvo ya en las frías prisiones de Siberia; artista performativa, más que cantante, brillante alumna de escuela destinada a desposar el presidente según vaticinios de su maestra, entendió hace tiempo, a pesar de su juventud, que el humor y el amor son herramientas y formas de resistencia y que son la acciones artísticas simbólicas y no violentas, los mecanismos adecuados de transformación; gracias a una de las Pussy Riot por activarnos desde allá.

Aquí estaba, ahí estuvo y desde su lugar rindió un hermoso homenaje a la mujer que en la comuna 13 le salvó la vida al acogerla en su casa, a ella que como periodista, estaba allí durante la sangrienta operación Orión. Allá volvió y sin conocer el barrio encontró a su ángel y le agradeció... Carolin Emcke habló del origen del odio colectivo, de la necesidad que siente de estar cerca el que odia y de la distancia que establece el que teme y habló del negocio del odio y de la audiencia que lo aplaude, habló de tener el coraje para decir no y hablar en nombre del otro, de la importancia de dejar de ser simples observadores del teatro del odio. Nos recordó que este país no tiene futuro si no construye una cultura de memoria, si no reflexiona sobre el pasado, si no escucha los traumas y las experiencias de los otros: para respetarlos; lo que se lee y se enseña en la escuela debería ser un espejo de la pluralidad del país, hay que pensar y reflexionar en cómo nombramos y adjetivamos al otro, porque el odio colectivo solo busca invisibilizarlo e ignorarlo. Gracias por defender con lucidez la tolerancia, la democracia, la pluralidad y la libertad aquí, allá y en sus textos.

Aquí estaba y ahí estuvo Guillermo Arriaga, que se define escritor y se ofende cuando lo llaman guionista, palabra despreciable. Arriaga es uno de los grandes autores del séptimo arte; criado en las azoteas de su barrio y en la dureza de las calles de un México en el que aún estaba fresco el recuerdo de la masacre de Tlatelolco, se confiesa cazador de arco y flecha para entender la naturaleza, su vida y su voz son una catarata de imágenes en las que la violencia se funde con una inmensa capacidad de imaginar. Gracias por transformar la violencia y la barriada en pura poesía.

Y estuvieron otros tantos y vendrán otros y no queda más que agradecer a estas empresas que hicieron posible que estos hombres y mujeres geniales hicieran una escala por aquí, en un Hay Festival Medellín que se convertirá (esperamos) en parada obligatoria y reflexión acerca de maneras y modelos diversos de pensamiento, porque como dijo el profesor César Bona, que también estuvo por aquí, escuchar y compartir son verbos de ida y vuelta y cuando los conjugo aprendo algo de quien es distinto a mí. Hay tanto. Nos esperan sus libros.