Columnistas

Ingenuos

04 de febrero de 2017

En un hecho, que puede ser, a pesar de sus defectos y virtudes, de sus errores y desatinos, el acontecimiento más importante de la historia reciente del país, miles de guerrilleros se agrupan en unos territorios con el fin de empezar a construir el posacuerdo, no la paz; recorren durante días caminos hostiles, son los nuevos desplazados de la guerra, unos que por fin migran hacia el silencio del fusil, se agrupan alrededor de una esperanza, supongo que muchos soñarán con volver a abrazar lo que ellos mismos le robaron a tantos, la vida.

Otros volverán a delinquir más tarde, algunos más disfrutarán y usufructuarán la cosa pública, los viejos ya se aburguesaron después de tantos años y tanto privilegio durante su estancia habanera, sigue pendiente la devolución de unos niños que el conflicto le robó a los sueños, pero de los allí presentes, casi todos han dejado atrás su sombra, del color de la sangre, densa, oscura y triste, que durante más de cincuenta años ocultó la luz y fue el eje de todo, una sombra que nos hizo ignorar tantos problemas, que nos impidió ser tantas esperanzas y nos convirtió en bruma permanente. La nuestra fue, es y será, como casi todas, una guerra que le ha permitido enriquecerse a muchos y que aún silencia disidentes, activistas y reclamantes; habrá menos muertos, de hecho ya es así, lo dicen los números, que fascinan a los que planean el futuro y construyen los programas oficiales; el mundo se alegra con la noticia del acuerdo, al parecer los únicos que no lo hacen somos nosotros, más preocupados por el copete del aprendiz del norte, que por nuestra propia realidad. Todo eso sucede lejos de donde se deciden los destinos de esta finca, la Bogotá imperial, desde allí y ante una audiencia ávida por presenciar el escándalo del día, que se juzga sin oír descargos, y en el que nos han hecho creer que los únicos jueces son los del micrófono radial, los políticos exhiben lo peor de su condición e inician los disparos de sus ráfagas que serán el pan diario del próximo año y medio de esta horrenda campaña electoral que se avecina, su munición no es de goma y de sus tiros se salvan pocos, olvidamos, como dijo una amiga, que “basta una bala para matar un hombre”.

Todos asistimos impávidos, mala cosa, a un sainete en el que según un libreto construido a su medida y recitado en coro por sus protagonistas en medio de la pocilga, nadie ha visto nada, y sobre todo nadie sabía nada, desde hace años nos dijeron eso, hoy lo repiten y tampoco pasa mucho, pocos asumen su responsabilidad, los dilemas éticos están ausentes de la discusión. Acostumbrados a ver cómo normal lo anómalo, gastan y hacen campaña con chequera ajena, se han apropiado de casi todo o han recibido mucho sin siquiera notarlo, pobres, hay que entenderlos, todo ha sido a sus espaldas... el dinero corre a raudales, pero esta casta ni se entera ni se pregunta ni sabía. Somos pura ingenuidad mágica, al diablo el dichoso realismo.