Columnistas

Jinetes del desastre

26 de diciembre de 2018

Los personajes –o mejor, los antipersonajes– de este 2018 fueron sin duda la corrupción, el narcotráfico, y la incertidumbre con su hermano de sangre, el pesimismo.

En todas las variadas encuestas publicadas en el año, la corrupción ocupó el primer lugar como el principal problema del país. Los escándalos que conmovieron a la opinión pública fueron a montones. Y estos cerraron con broche de oro con el de Odebrecht, que salpicó a gobiernos de Latinoamérica. Sus tentáculos asfixiaron la ética y abrieron celdas para que las ocuparan no pocos servidores públicos de las repúblicas bananas.

Lo del narcotráfico es arrollador. El incremento de cultivos ha sido exponencial. Si en el año 2016 había 146 mil hectáreas sembradas, el año pasado llegaron a 171 mil hectáreas. Y se pasó en un año de 1000 toneladas elaboradas, a 1380. Hay quienes calculan que en este agonizante 2018, las tierras sembradas de coca sobrepasaron las 200 mil hectáreas. Las incautaciones se quedaron muy por debajo de esas cifras, lo que indica que las autoridades están perdiendo esa guerra o que ella se desarrolla bajo parámetros y estrategias equivocados.

Pero no solo sube desproporcionadamente el área cultivada de coca, sino que aumentan aceleradamente los ingresos de tan rentable negocio. Según la Cepal, del PIB de Colombia el año pasado, calculado en 314 billones de dólares, un 5 % lo aportó tan nefasto negocio. O sea que la droga irrigó más de 15 mil millones de dólares a la economía colombiana. Esa cifra significa un aporte mayor del narcotráfico a la formación del PIB, que el de la industria del café, aquel grano que fuera la insignia del trabajo honrado y el auténtico sudor campesino.

Mas las deplorables evaluaciones no se detienen. En un informe de El Tiempo se sostiene que “el crecimiento de los ingresos del narcotráfico el año pasado fue del 150 %, comparado con el del 2016 cuando aportó el 2 % a la formación del PIB”. Desconsuela reconocer, desde el punto de vista ético y de las sanas prácticas de los negocios, que tan endiablada industria está aceitando no solo la corrupción y la violencia en el país, sino la misma economía nacional.

La incertidumbre es patente. Y con ella la desconfianza. Pocos creen en algo. Los valores en cuanto a su confiabilidad escasean. El optimismo brilla por su ausencia. Según la última encuesta de Gallup, el 72 % cree que en el país las cosas van por mal camino, situación adversa que se acentúa por cuanto hace dos meses el pesimismo estaba por el 60 %. Sube como la espuma. Con el agravante de que todas las instituciones están deshonradas ante la opinión pública y pocos creen en la probidad e idoneidad de los personajes públicos. Un país que pierde confianza en las instituciones y en sus dirigentes es susceptible de caer en las garras de los demagogos, en la telaraña de los trapecistas del circo populista.

Ojalá que en este 2019 se llevara siquiera “hasta sus justas proporciones” este ciclón de adversidades y lacras que barren con la institucionalidad colombiana.