Columnistas

La lectura en voz alta

Yo pienso que ideológica, intelectual y literariamente uno es lo que ha leído. Lo digo como periodista y escritor, pero vale para todo lo que es la vida de una persona.

12 de noviembre de 2022

(Para Aura López. In memoriam)

Me gusta la lectura en voz alta. Quiero decir: me gusta oír leer, y me gusta leer yo en voz alta para oírme a mí mismo y para que los textos que se hacen voz o palabras en mis labios puedan ser oídos por otros.

Desde niño ha sido aficionado a oír programas de radio en los que se escucha la voz de un lector. Sea una novela leída por entregas, de pe a pa, desde la primera página a la última, sin comentarios advenedizos. Como bien recuerdo lo hacía, cuando yo era niño y adolescente, el reconocido hombre de radio y periodista Luis Pareja Ruiz, padre del recodado colega y amigo Rodrigo Pareja. O como lo hacía la gran amiga nunca olvidada Aura López, Aurita, leyendo una selección de textos literarios que florecían como nardos en su maravillosa voz de mujer dulce y silenciosamente apasionada.

O tal como se escucha ahora por emisoras culturales en programas como “Literatura para oír”, de Radio Bolivariana, por no citar sino uno para no ser injustos, ya que al momento no poseo, ni estoy en capacidad de investigarlo ahora, una lista de esos programas de lectura en voz alta en Medellín, en Antioquia y en Colombia. Prometo hacerlo, si Dios me da vida y salud y me dan un tiempito mis lecturas de cada día.

Yo pienso que ideológica, intelectual y literariamente uno es lo que ha leído. Lo digo como periodista y escritor (o escribidor, vaya usted a saber), pero vale para todo lo que es la vida de una persona. Lo que ha leído y, en mi caso, también lo que ha oído leer. Que ha sido mucho, porque tuve la fortuna de haberme formado en un ambiente en el que no solo los libros campeaban por doquier, sino que oír leer era al pan nuestro cada día. Así como suena: pan, comida. Porque era oír leer en el comedor.

Desde los once años, en que entré al seminario de los Carmelitas en Monticello, aquí en El Poblado, y durante por lo menos treinta años o más, desayuné, almorcé y cené oyendo leer algún libro en el refectorio. Era la costumbre, en principio por razones de puro ascetismo. Por un lado, para ponerle espíritu a algo tan material como comer y alimentarse, se pensaba; por otro, ya que oír leer exige silencio, para controlar la lengua y las conversaciones que podían ser, se temía, “non sanctas” en momentos dedicados al yantar. Y perdonen que use esta añeja palabra del español antiguo, pero cae de perlas hablando de refectorios y viandas monacales.

Pero la lectura en voz alta tiene, per se, un valor que no logra la lectura muda, silenciosa, a la que nos hemos acostumbrado. Leer en voz alta propició el nacimiento de géneros literarios como la novela, según lo expone el bien conocido crítico literario francés Albert Thibaudet (1874-1936) en un ensayo titulado “El lector de novelas”. De ello, agotado por hoy el espacio, hablaremos dentro de ocho días. Si Dios no tiene vivos y a los lectores con ganas de leer, en el silencio en el que se suelen enfrentar en la mañana, con la lectura del periódico, las cosas que se le ocurren a quien en él escribimos.