La última paloma
El poeta español León Felipe (1884-1968) dijo al final de sus días: “Las palabras se me van como palomas de un palomar desahuciado y viejo y solo quiero que la última paloma, la última palabra pegadiza y terca que recuerde al morir sea esta: Perdón”.
Habrá que recordar esta frase en la coyuntura actual de la guerra y de la paz en Colombia. Lo que hace falta no son nuevos mecanismos de negociación, ni nuevos personajes en los escenarios del diálogo, sino eso tan difícil a lo que nos resistimos: la capacidad de perdonar.
Sin perdón no habrá paz. Y no se trata de manejar el concepto del perdón en términos de una vieja moral de confesionario, sino en esa dimensión de honradez humana, de sinceridad ética, de limpieza interior en la que se generan todos los grandes “dones” de la condición humana. En la raíz misma de la generosidad que ennoblece al alma.
He puesto la palabra dones entre comillas para dar a entender que el perdón, como lo deja ver la misma entraña del vocablo, es un don, una donación, una entrega. Como el amor. No deja de ser curioso su origen etimológico en un tardío “perdonare” latino, compuesto de “per”, que implica repetición, insistencia, realización de una acción hasta el fin, hasta las última consecuencias, y el verbo “donare”, que es dar, obsequiar, regalar.
No es el perdón, por lo tano, un recateo entre las partes, el simple “do ut des” de una puja, de una negociación, sino un acto de generosidad. Yo, al perdonar, corto el cordón umbilical a los rencores, a las retaliaciones.
El perdón es una cirugía de extirpación. Si no, estoy simplemente diciendo mentiras, buscando acomodaciones y componendas, construyendo castillitos falsos de convivencia y armonía. Que acaban desmoronándose a medida que se construyen, como las torres que se hacen con fichas de dominó. No se logrará el perdón si se les enredan los cálculos de los intereses creados a los unos y las exigencias irracionales a los otros.
La paz es perdón. Y más que la osadía de los guerreros, o el martirio de los pacíficos, el verdadero heroísmo, casi el único heroísmo o por lo menos el último al que está abocado el ser humano es el de saber perdonar.
Perdón: la última palabra, la última paloma