Columnistas

La vergüenza de ser el segundo

08 de agosto de 2021

Sobre la búsqueda de la excelencia hablaban los clásicos griegos cuando se referían al Areté, que, a su vez, era una parte significativa de la Paideía, ese entrenamiento que se le daba a los niños hasta llegar a la edad adulta y que comprendía una parte física, otra mental y una espiritual. La excelencia como el acto de vivir dando lo máximo de sí mismo, que decía Aristóteles. ¿Pero qué pasa cuando esto no es suficiente? Que nos tenemos que enfrentar a imágenes en las que deportistas chinos lloran y piden disculpas públicas en la televisión nacional por no ganar un oro y haber conseguido “solo” una medalla de plata.

En China hay más de dos mil escuelas de alto rendimiento que se concentran en reclutar niños por todo el país con el fin de que se dediquen de manera exclusiva a entrenarse para un deporte. Pero como no todos pueden llegar a ser campeones, se supone que tienen grandes equipos de entrenadores, médicos y psicólogos que los preparan para quitar importancia a la competitividad y a la presión por ganar. O, por lo menos, esa es la versión oficial que nos cuentan, porque con lo visto estos días de Olimpiadas poco se puede creer.

Que las redes sociales chinas estallen indignadas y se llenen de insultos hacia los deportistas de élite. Que se comente que “le han fallado a toda la nación” porque sólo alcanzaron una plata, suena, cuando menos, insensato. ¿Cómo se puede reconducir la vida de un estudiante que ha estado aislado de la sociedad durante años y que no logra llegar a la tan anhelada cúspide de la excelencia que para ellos representa el oro?

Podría pensarse que es un asunto cultural y que los ojos occidentales tienen una visión distorsionada que les impide entender el nivel de exigencia de este país asiático. Puede que sí, pero sólo en parte. ¿O, si no, dónde queda el valor de competir con uno mismo? A los Juegos se va a ganar, indudablemente, pero sin dejar de tener presente que de todo podio se cae. Porque luego vendrán otros más jóvenes, más fuertes o más bellos que ocuparán el primer puesto. Y no pasa nada.

Juan Claudio de Ramón, ensayista y escritor español, decía recientemente en una columna que “la excelencia en cualquier campo tiraniza hasta un punto cercano a la tortura”. Nunca mejor ejemplificado que con el comportamiento de los deportistas chinos, para quienes algo menos que el oro es motivo de vergüenza y humillación. Como si entre sus metas no existieran la satisfacción y el propósito por sí mismos