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Nadie es mejor que nadie, o la ley de Jante

11 de junio de 2016

La frase que sirve de título a esta columna parece ser la síntesis más adecuada de la llamada “Ley de Jante” que, presumo, es un término y un concepto no muy conocidos. Lo mejor, entonces, es empezar por trascribir la susodicha ley, que me atrevo a traer a colación, pues pienso que conocerla y meditarla puede servir de reflexión para amainar los vientos de radicalización y confrontación ideológica que hoy estamos viviendo. Esta es la versión de Wikipedia:

“No debes pensar que tú eres especial. No debes pensar que tú estás a la misma altura que los demás. No debes pensar que tú eres más listo que los demás. No debes pensar que eres mejor que los demás. No debes pensar que sabes más que los demás. No debes pensar que eres más importante que los demás. No te rías de los demás. No debes pensar que eres bueno en nada. No debes pensar que los demás se preocupan por ti. No debes pensar que tú puedes enseñar algo a los demás. ¿Crees que existe algo que no sepan los demás sobre ti?”

Esta Ley de Jante, según los conocedores, es como el decálogo de una especial cultura de convivencia que caracteriza a los países escandinavos. Su autor es el escritor noruego-danés Aksel Sandemose (apellido literario con el que reemplazó el suyo de familia, Nielsen), nacido en una isla de Dinamarca en 1899 y muerto en Copenhague en 1965. En 1933 escribió la novela “Un refugiado sobre sus límites” (que otros traducen “sobre sus huellas”), en que narra la vida de un pueblo llamado Jante y cuenta el talante de su gente, caracterizada por la igualdad civil, la humildad y el respeto de unos para con los otros, en donde la virtud era vivir sin emulaciones, en una especie de pacífico unanimismo, codificado por el autor en la mencionada Ley de Jante que, según algún comentarista, es un patrón de comportamiento de grupo dentro de las comunidades escandinavas.

Hay mucha tela que cortar en esto de la Ley de Jante, cuyo mero enunciado encierra un espíritu que puede servirnos para apaciguar los ánimos exaltados. No es que vayamos a vaciar en los fríos témpanos de los países del norte de Europa nuestro delicioso, calenturiento y encabritado tropicalismo. Pero que al menos seamos capaces de encabestrar las mulas desbocadas de la intransigencia. ¿Si nadie es mejor que nadie, a qué vienen los odios irredentos, las soberbias enfrentadas, las prepotencias en ristre? La Ley de Jante podría ser una píldora para tomar a la hora del posconflicto, si es que este es, o va a ser, sinónimo de paz. Una paz que, de todas maneras, tiene, debe tener, un cierto aroma de humildad. Y sabe, debe saber, a igualdad ciudadana