Relaciones pantalla
“¿Cómo sería la salud de un adolescente en la actualidad si hubiéramos eliminado el cincuenta por ciento de los alimentos más nutritivos de sus dietas en 2012 y hubiéramos sustituido esas calorías por azúcar?”.
Esta es la pregunta que se hacen dos prestigiosos psicólogos en un ensayo titulado “El arte perdido de convivir sin celulares”, publicado esta semana en el New York Times. Su hipótesis es que hay dos hechos que se interrelacionan: las estadísticas disparadas de depresión, soledad, autolesiones y suicidio, a partir de 2012, y el acceso de la mayoría de los estadounidenses a teléfonos inteligentes y redes sociales. Estas últimas pasaron entonces de ser opcionales a ser omnipresentes entre los jóvenes.
Y aunque estén hablando de un país en concreto, cualquier persona en cualquier lugar del mundo puede sentirse identificada si tiene contacto con adolescentes hoy en día. Esa comparación constante de sus vidas con la irrealidad de Instagram, por ejemplo, ha generado una presión insoportable. Y los estudios realizados por este par de investigadores demuestran de manera fehaciente que el acceso masivo a estas tecnologías y a internet aumentó la sensación de soledad en los jóvenes.
Era algo que intuían los abuelos al ver, aterrados, el aislamiento de sus nietos, absortos en pequeñas pantallas en las que juegan y se interrelacionan con sus amigos. Lo que pasa es que ahora los científicos tienen pruebas de ello. Parece que las interacciones sociales mediadas de manera electrónica son como calorías vacías, de ahí la pregunta del principio: ¿cómo va a ser la salud mental de alguien que entabló relaciones artilugio mediante?
Esta nueva forma de interactuar en la que priman las amistades superficiales y las relaciones románticas superfluas sólo les ha conducido a encerrarse en sí mismos. Y tenemos claro que los años de la adolescencia, tan dificiles ellos, marcan nuestra identidad. Como siempre y con casi todo, estamos frente a un experimento social cuyas consecuencias ya empiezan a dejarse ver.
La conclusión obvia es que ya no se puede ni se quiere retroceder porque la tecnología sí ha traído muchos beneficios, pero habría dos recomendaciones valiosas: no permitir los celulares dentro de los colegios para que los jóvenes presten atención a las personas que los rodean y retrasar la edad en la que comienzan a usar redes sociales. Tienen sentido, no son difíciles de aplicar y pueden ser una solución intermedia exenta de nostalgias por un pasado que ni se volverá a repetir ni tiene por qué. Sería absurdo que algo que ha facilitado la vida en tantos aspectos se convierta paradójicamente en causa de soledad