¿Un Dios vengador? Memoria y esperanza
Por fe y por sentido común, me resisto a creer en un Dios vengativo, que cobra en vidas inocentes los pecados propios y ajenos y también las depravaciones del presente, del pasado y de otras generaciones. Me repugna, lo confieso, oír a quienes así argumentan desde un púlpito o desde la soterrada reflexión de un pietismo mojigato.
Ciertamente en el Antiguo Testamento existe una teología del castigo, más que todo ligada a la teología de la Alianza, según claras formulaciones de un género literario que utilizaba el autor sagrado para revelar la relación, predilección y escogencia de Yaveh para con Israel.
Pero esa concepción fue superada por el Nuevo Testamento, que nos revela el mensaje fundamental del cristianismo: un Dios de amor, que perdona. Queda desterrada la idea de un Dios castigador y vengador.
La pregunta que muchos se hacen es tan simple como la fe del carbonero. ¿Por qué Dios permite tragedias, muertes, guerras, violencias, enfermedades y tantos golpes a la humanidad? Resulta que Dios ni permite ni evita. Simplemente respeta, si así pudiera hablarse, las leyes de la naturaleza, con todas sus consecuencias, sus inflexibles consecuencias, y la dosis de azar, que tampoco es azar, que las acompañan. Lo que pasa es que para uso de devoción y consolación espiritual, hemos antropomorfizado al Absoluto. Es parte de esta frágil forma de acercarnos al misterio que apenas nos permite nuestra condición humana.
Todo lo anterior, por supuesto, no es un consuelo. La fe ilumina la tragedia, pero no la borra ni la explica. Ni mucho menos la justifica. Ni Dios puede ser un simple consolador, así como no es desde ningún punto de vista un castigador, un vengador o un ejecutor de maldiciones.
Una cosa es cierta, desde este lado de acá de la muerte, que es donde quedamos los sobrevivientes de las tragedias: la fe no debe servir ni ser utilizada para desfigurar la realidad. Cada cual, en el recinto de su intimidad de creyente o de increyente, le puede dar a lo que ocurre a su lado la dimensión espiritual que quiera. Yo, por mi parte, rechazo de plano cualquier planteamiento de un Dios vengador. Me repugna la sola idea de un Dios justiciero. Y si Dios es amor, lo que nos queda, después de las tragedias y como preparación para las que puedan sobrevenir, es buscar la posibilidad de brindar amor a los damnificados, a las víctimas. Por medio de la solidaridad y la ayuda. Y del perdón. Que es una actitud de futuro. Se perdonan siempre hechos ocurridos, para redimir (iluminar) el futuro, no el pasado. San Juan de la Cruz lo enseña: la memoria (el pasado) se purifica con la esperanza. Que es virtud de futuro