Viajan millones de años por el espacio y terminan en Medellín: así es la colección de meteoritos de la Universidad Nacional
Gracias al trabajo del profesor John Jairo Sánchez Aguilar, estos fragmentos del espacio exterior hoy se pueden ver —y tocar— en el Museo de Geociencias y en el bloque M1 del campus, donde conforman la colección de meteoritos más grande del país.
Periodista de medio ambiente de EL COLOMBIANO. En sus ratos libres se dedica a la lectura, al quehacer dibujístico y a la maternidad de gatos.
Una vitrina de vidrio, discreta, casi invisible para quienes cruzan el Museo de Geociencias de la Universidad Nacional en Medellín, guarda una colección que parece sacada de otro mundo. Dentro de las urnas, pequeñas rocas de formas extrañas, superficies negras, cavidades irregulares y texturas metálicas descansan sobre etiquetas pulcras. Son fragmentos de meteoritos: piedras que han viajado millones de años desde los confines del Sistema Solar y que hoy sirven para enseñar cómo empezó todo.
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La colección, liderada por el profesor John Jairo Sánchez Aguilar, comenzó como una herramienta docente para las clases de geología, pero con los años se transformó en una iniciativa científica y patrimonial sin precedentes en el país: fue reconocida oficialmente como Bien de Interés Geológico y Paleontológico por el Servicio Geológico Colombiano en 2021, y hoy es la más completa de su tipo en Colombia. Está conformada por 56 rocas meteoríticas recolectadas en diversas partes del mundo, desde Chile y Namibia hasta Kenia y la Luna.
—Los estudiantes necesitan conocer el origen de la Tierra, y los meteoritos son la mejor fuente de información para saber de dónde venimos —afirma el profesor John Jairo—. Aquí formamos geocientíficos que deben entender cómo se formaron los planetas y cómo ha evolucionado nuestro planeta. Y tener una colección real, donde se puedan tocar y analizar estos cuerpos, cambia radicalmente la forma en que se enseña la ciencia.
Todas las muestras han sido adquiridas por compra a proveedores certificados, muchos de ellos ubicados en Estados Unidos, Europa o el norte de África. Algunas llegaron por correo tras rigurosos trámites de importación; otras fueron seleccionadas personalmente por el profesor en ferias y museos especializados. Cada fragmento tiene una historia precisa, trazable y registrada en la Base de Datos Meteorítica Internacional, que documenta sus características, composición, origen y clasificación.
—He estado varias veces en Chile, en el desierto de Atacama, donde se han encontrado muchos meteoritos por las condiciones del terreno —cuenta—. Fuera de eso, he adquirido piezas en el Museo del Meteorito de San Pedro de Atacama, con coleccionistas reconocidos como Rodrigo Martínez. Las piezas se venden por gramos y algunas pueden valer más que el oro.
Sin embargo, el valor de estas piedras no es solo económico. Su importancia radica en lo que revelan sobre los procesos primitivos del Sistema Solar. Muchos de los meteoritos contienen cóndrulas, esferas milimétricas de minerales que se formaron en los primeros millones de años tras el colapso de la nebulosa solar. Otros presentan aleaciones de hierro y níquel, elementos que permiten identificar su origen extraterrestre. Algunos incluso provienen de cuerpos específicos como el asteroide 4 Vesta, Marte o la Luna.
—Todos los cuerpos del Sistema Solar tienen el mismo origen. El material de los meteoritos nos habla de cómo se formaron los planetas, de su composición química, de su historia térmica. Es una información que no se puede obtener de otra manera—, explica John Jairo mientras muestra la clasificación detallada de la colección, organizada según estándares internacionales.
Las piezas están catalogadas en tres grandes grupos: meteoritos rocosos, metálicos y rocoso-metálicos. A partir de pruebas químicas, isotópicas y texturales, se determinan sus familias, subgrupos y grado de alteración. Las morfologías externas son claves: cavidades llamadas regmagliptos, costras de fusión y repliegues que delatan el paso por la atmósfera, marcas imposibles de encontrar en rocas terrestres.
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Una de las muestras más raras de la colección es Cerico, un meteorito palacítico de casi tres toneladas hallado en Kenia, cuya clasificación exacta aún no ha sido determinada. También destaca Guanaco, descubierto en una mina de oro chilena durante una perforación, y Los Vientos 014, recogido en el Atacama y clasificado como una condrita tipo L6. Asimismo, hay fragmentos lunares obtenidos en Medellín gracias a un coleccionista local, cuya composición coincide con las muestras traídas por astronautas de las misiones Apolo.
—Yo no soy experto en clasificación meteorítica —admite el profesor—. Mi aporte ha sido crear un espacio donde los estudiantes puedan tener contacto real con estas rocas. Antes, sabían de meteoritos solo por internet. Hoy los analizan en vivo, los comparan, los miran al microscopio. Es otro nivel de aprendizaje.
En ese sentido, la colección ha sido tan bien recibida por los estudiantes que algunas clases de volcanología comienzan con el estudio de rocas extraterrestres.
—Cuando les digo que su primer laboratorio va a ser con meteoritos, se emocionan muchísimo. Les cambia la forma de entender el planeta. Tocar una roca que viene del espacio transforma su relación con la ciencia—, asegura.
Colombia, a pesar de su extensión y diversidad geográfica, ha registrado oficialmente solo tres caídas de meteoritos: Santa Rosa de Viterbo (1810), Cali (2007) y San Pedro de Urabá (2017). De estas, apenas se conservan fragmentos dispersos. El meteorito de Santa Rosa, una masa de unos 700 kilos que alguna vez fue usada como yunque por el herrero del pueblo, fue parcialmente llevada a Estados Unidos en el siglo XIX. Hoy, restos de esa pieza se encuentran en museos de Europa y América. En la colección del Museo de Geosciencias solo hay viruta obtenida durante cortes antiguos, pero no fragmentos completos.
—Mi sueño es poder traer un fragmento del meteorito de Santa Rosa a la colección. Sería recuperar parte de nuestra historia cósmica—, dice el profesor.
Los meteoritos están protegidos en vitrinas, lejos del contacto directo con la humedad y el oxígeno. Aunque no se cuenta con laboratorios herméticos como los de la Universidad de Arizona, se siguen protocolos de manipulación con guantes y se evita cualquier prueba destructiva. De igual forma, la declaratoria como patrimonio nacional garantiza su conservación a largo plazo.
—Quise organizar todo, catalogarlo, declararlo, para que cuando yo no esté, la Universidad lo cuide. Estas rocas no son mías, son de todos. Y deben seguir enseñando por generaciones.
Más allá del aula, la colección ha despertado curiosidad entre habitantes de pueblos como Betulia o Yarumal, que han llevado rocas a la universidad con la esperanza de haber encontrado un meteorito. Aunque la mayoría resultan ser materiales terrestres, el gesto revela un interés creciente por entender el cosmos desde el territorio.
Cinco meteoritos con historia en la colección de la Universidad Nacional
1. Los Vientos 014
Este meteorito fue hallado en el desierto de Atacama, en Chile, un terreno ideal para encontrar fragmentos espaciales debido a su superficie clara y árida. El profesor John Jairo lo adquirió personalmente en 2024 durante una conferencia sobre volcanes, en una visita al Museo del Meteorito, fundado por el reconocido coleccionista Rodrigo Martínez. Clasificado como una condrita tipo L6, Los Vientos 014 posee una textura y composición especial que lo hace valioso para el estudio del origen del Sistema Solar. Su peso registrado en la base de datos meteorítica es de apenas 565 gramos, lo que lo convierte en una pieza rara y representativa dentro de la colección.
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2. NWA 14293
El código NWA identifica a los meteoritos encontrados en el noroeste de África, una de las zonas más prolíficas del mundo para estos hallazgos. Este ejemplar fue descubierto en 2021 y tiene una masa principal de cerca de 860 gramos. Su historia es tan global como su origen: fue adquirido inicialmente por un coleccionista chino a un comerciante argelino, y luego vendido en fragmentos. Uno de ellos fue adquirido por el profesor a través de un proveedor autorizado en internet. Clasificado como condrita, este meteorito muestra la cadena internacional que siguen muchas de estas piezas antes de llegar a colecciones científicas.
3. Cerico
Cerico es un meteorito palacítico hallado en 2016 en Kenia, cuyo descubrimiento ocurrió de forma fortuita. Dos beduinos buscaban sus camellos perdidos cuando encontraron en la arena una masa metálica inusualmente grande. La pieza fue identificada más tarde como un meteorito rocoso-metálico de tipo palacita, una de las clases más exóticas y llamativas por su composición y brillo. La masa principal pesa 2.800 kilogramos y aún se siguen recuperando fragmentos en la región. Aunque todavía no ha podido ser clasificado con precisión dentro de los subgrupos palacíticos, su presencia en la colección de Medellín representa un hito por su rareza y valor científico.
4. Guanaco
Durante una perforación de pozo de agua en una mina de oro en Chile, los operarios chocaron con una piedra inusualmente dura y pesada. Así fue como se descubrió, en el año 2000, el meteorito Guanaco, con una masa principal de 13 kilos. Esta pieza metálica fue adquirida por Rodrigo Martínez y posteriormente fragmentada para su venta. El profesor de la Universidad Nacional obtuvo uno de esos fragmentos durante su visita al museo en San Pedro de Atacama. Su textura metálica y su aspecto brillante lo convierten en uno de los meteoritos visualmente más impactantes de la colección.
5. Campo del Cielo
Uno de los meteoritos más impresionantes por su tamaño y simbolismo es Campo del Cielo, caído en la región del Gran Chaco, en Argentina. El fragmento principal, de más de 37 toneladas, aún permanece en el lugar del impacto, hoy convertido en un museo al aire libre. Este evento produjo numerosos fragmentos más pequeños, algunos de los cuales llegaron a colecciones como la del profesor John Jairo. —Es uno de los meteoritos más grandes hallados en el planeta y uno de los más representativos que tenemos en la colección—, comentó. Su estructura es completamente metálica, lo que lo hace especialmente atractivo para el estudio y la enseñanza de procesos de formación planetaria.
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A simple vista, un meteorito puede parecer una piedra más, pero posee características físicas y químicas que lo diferencian claramente de las rocas terrestres. Una de las señales más evidentes es su atracción magnética: la mayoría de ellos contiene hierro, lo que permite identificarlos fácilmente con un imán. También suelen tener una corteza de fusión, una especie de capa negra y delgada que se forma cuando el meteorito atraviesa la atmósfera terrestre y su superficie se funde por el calor. Esa costra quemada, visible sobre todo en ejemplares recientes, no se encuentra en ningún otro tipo de roca. Además, algunos presentan regmagliptos: depresiones en forma de huella o cavidad que se crean durante su entrada a la atmósfera, como si la piedra hubiera sido tallada por el aire.
En su interior, los meteoritos muestran aún más singularidades. Muchos contienen cóndrulas, pequeñas esferas milimétricas de material mineral que no existen en las rocas formadas en la Tierra. Otra clave está en su composición química: los análisis suelen revelar una alta concentración de níquel, un elemento escaso en la corteza terrestre. Aunque algunas rocas locales pueden ser magnéticas o tener metales, solo las piedras que vienen del exterior presentan esta combinación específica de rasgos morfológicos, magnéticos y geoquímicos. Por eso, para confirmar si una roca proviene del espacio, es necesario hacer pruebas de laboratorio que analicen su textura, estructura y contenido isotópico.
Aquí puede visitar la versión online de la colección de meteoritos: Coleccion de rocas volcánicas.