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Treinta años después de su primer número, el Laboratorio de Fuentes Históricas de la Universidad Nacional, dirigido por el profesor Óscar Calvo, recuperó la historia de La Piquiña del archivo de la Corporación Región. Los siete números que sacaron, entre 1992 y 1998, junto con las grabaciones originales de un capítulo de “Muchachos a lo bien”, dirigido por Víctor Gaviria, son como un vidrio polarizado para mirar el pasado.
Por: Óscar Calvo Isaza, historiador y coordinador del Laboratorio de Fuentes Históricas de la U. Nacional
Pillen parceros, parceras, respetables pirobos, etc., sin distingo, este es un regalito desde Medellín para celebrar los 30 años de La Piquiña. Amantes de la historia o de la historieta, amantes infieles, da igual. Va con todos los fierros —textos, revistas, videos, fotos—, para que los pillen y los compartan, para que los gocen, para que se mueran de la risa o para que se emputen, quién sabe.
La Mita es un personaje original de Mauricio García, dibujado por Edward Herrera y Alexander Cuervo, en la revista La Piquiña. El documental Una viejita inolvidable fue dirigido por Víctor Gaviria, producido por Corporación Región y Fundación Social en 1995.
Esta historia gráfica la escribió, por sapo, Óscar Calvo Isaza, historiador y profesor de la Universidad Nacional de Colombia.

La Piquiña 3, 1994
Cuesta creerlo, pero hubo una época en que los sicarios y los traquetos colombianos no eran gente de la farándula, no tenían sus propios programas en History Chanel, no existía Narcoslab y por supuesto no aparecían en las historietas.
A principios de los años noventa Colombia vivía, de la mano de la apertura económica, una extraña fiebre del cómic, que se había traducido en ferias y exposiciones, publicación de tiras en los periódicos y revistas especializadas. La historia registra que el mismo año que apareció La Piquiña hace 30 años, en 1992, surgió Acme Comics, revista especializada de Bogotá que con El Bus y “Viñetas Negras” en Cali marcan el inicio de una nueva época del arte gráfico colombiano.
En 1993 comienzan a publicarse Agente Naranja y Zape Pelele en Medellín y se dicta la primera cátedra de cómic en la Universidad Nacional de Colombia en Bogotá.

La Piquiña 3, 1994
La Piquiña es uno de esos cómics de los años noventa, pero su cuento viene de otra parte. No tiene mucha sofisticación gráfica y sus personajes viven presos en las viñetas. Fue creada por dos parceros de un barrio popular que no entraron a la universidad, ni participaban de los circuitos del arte, que tenían una historia y estaban buscando una nueva manera de contarla.
La idea inicial era dibujar un sicario temible, pero no tenían un personaje hasta que lograron concebir “una viejita sana, camelladora... aparentemente...”.
La Mita, la mamá de la mamá, la abuela que en Medellín es un ser sagrado y protector, no una joven sexi ni un joven atravesado, es el ángel exterminador que puede pasar perfectamente inadvertido. Es inmoral, se ensaña con los proletarios, los enfermos y los desesperados, roba, extorsiona y mata a su propia gente en El Playón, La Francia, Los Populares, Zamora o La Orquídea.
“Es el reino de la irreverencia total, una mirada a esta ciudad por el ojo del culo”, sentenció Ricardo Aricapa para advertir contra la tendencia de una lectura sociopatólogica de la historieta, y reclamar así un lugar para el humor y la transgreción en una ciudad acostumbrada a la censura de sus propias tragedias.
La Mita aprendió sus mañas en la calle, pero siempre recordaba que algunos de sus trucos los conoció de No nacimos pa’ semilla de Alonso Salazar, Rodrigo D. y El pelaito que no duró nada de Víctor Gaviria, relatos de las clases medias urbanas de Medellín que revelan su extrañeza por esa otredad radical del sicario en una ciudad masificada y marcada por la violencia.
Comprender a la juventud e integrar a los sectores populares que se habían alejado de los valores burgueses dominantes fue la empresa cultural y política de esa generación de intelectuales y artistas finiseculares.
La Mita es, simplemente, la personificación en tinta y papel de sus peores pesadillas.



Despeluque en el parque San Antonio
23 muertos y un centenar de heridos. Cuerpos desechos cuelgan del mobiliario del parque San Antonio. Una paloma de la paz gorda y destrozada con una bomba es algo demasiado desatinado, hiperbólico, incluso para los parámetros del terror en Colombia. La escena es... cómo decirlo... putamente real. Ocurrió en Medellín, el 10 de junio de 1995.
La obra macabra apareció en la portada de La Piquiña 4, dibujada a cuatro manos por Alexander Cuervo y Edward Herrera. La Mita pisa sin despeinarse los cadáveres esparcidos por la plaza e insensible al miedo que embarga a la ciudad, bromea con La Parca.
El público mira, en silencio. Solo alguien en la última fila deja caer lágrimas. Brazos, cabezas, un crucifijo, una lata de cola, un walkman rodando por el suelo. “Una mirada digna de Mita, esa era su percepción”, dice Mauricio García.
—¿Qué opinó la gente en esa época?
—A todo el mundo le gustó y era tal vez un homenaje póstumo de la revista para dejar ese registro para la historia. Así como lo hizo Fernando Botero, pero a nuestro estilo.
La Mita es una vieja pilla, pero también es la chapa de un muchacho sano que le gusta arremedar al poeta Víctor Gaviria, sí, lo imita jurando sobre la tumba de Rodrigo D. que le va a pagar la plata que le debe hace tantos años. Admira, pero no respeta al maestro. A ninguno. En lugar de lamber, caricaturiza. Imagina, escribe, hace mímica, actúa sus personajes. No dibuja.
Mauricio García nació en 1971 en la frontera, vive en Zamora, del lado de Bello junto a Medellín, barrio de gente trabajadora, levantado con sancochos, empanadas e historietas, entre otros. La Piquiña lo convirtió en una celebridad menor en los años noventa, después de que personificara a La Mita en Una viejita inolvidable, documental dirigido por Víctor Gaviria para la serie de televisión Muchachos a lo bien, emitido en Teleantioquia en abril de 1995.

Mauricio en el barrio, c. 1992
Zamora es cuna de algunos de los emprendimientos culturales y criminales más conocidos del valle de Aburrá. Allí Mauricio creció entre pillos, algunos todavía bien reputados, otros ya enterrados en el Cementerio Universal, que se convirtieron en la inspiración de su obra. Para él los pillos tienen un cuento diferente: “Ellos conocen, viven y sufren la ciudad como muchos jóvenes”, son rechazados, estigmatizados y viven en la pobreza, pero buscan protagonismo, no se resignan a la pobreza, son talentosos e irreverentes.
Mauricio piensa que La Mita hubiera triunfado en este siglo XXI de industrias culturales mafiosas, con personajes que ven desde afuera el multiverso de los sicarios que La Piquiña contribuyó a crear. Él sigue allí, se quedó en Zamora, camellando. Vive en unión libre, tiene una hija y un hijo grandes: Paulina y Juan Pablo. El hombre es periodista de la U. de la V., cronista de barrio. Ha sido actor y técnico de televisión. Ahora trabaja, dice, en la BBC, porque fotografía bodas, bautizos y comuniones. También reportea fiestas, eventos culturales, campañas políticas, no se queda quieto, anda en el rebusque.
La Piquiña se imprimía primero en fotocopia y después con plancha metálica en offset. Cientos, miles de ejemplares, impresiones y reimpresiones, en una tinta plana. En los últimos números circuló por medio de la distribuidora Condorito y sus puestos de revistas, aunque también se vendía en la librería Arte de Leer en Laureles, la librería La Litera en la Universidad Nacional y en la cafetería Tronquitos de la de Antioquia.

Mauro y Eddy en la sede de Corporación Región, c. 1992
Salieron 7 números, el primero en 1992 y el último en 1998. Uno por año, porque La Mita casi siempre estaba encanada, encaletada después de un secuestro o escapando de La Flaca que no la dejaba tranquila.
Primero fue Onceadas, periódico de los estudiantes del grado 11º del Colegio Fe y Alegría San Juan de Luz. Lo publicaba con su parcero Edward Herrera, primer dibujante de La Mita. Ambos participaron del programa de periodismo juvenil de la Corporación Región, donde aprendieron a hacer los machotes, la diagramación con solución de caucho y les regalaron una caja de luz para dibujar y hacer La Piquiña, que comenzaron a publicar terminado el bachillerato para vender en el barrio.
La idea inicial era que la historieta estuviera dirigida a la gente del barrio, pues compartían un lenguaje, un paisaje, tenían muchas cosas en común. Nada de eso ocurrió. Los pillos tenían mucho trabajo. Los chichipatos no tenían plata. Las muchachas compraban un ejemplar, lo leían entre todas, lo rotaban, se morían de la risa. Un buen pretexto para una bella historia de la lectura en Medellín, una tragedia para los creadores que se descubrieron así en el negocio riesgoso de los papeles impresos.
El prestigio vino de otra parte, de las lecturas y de las complicidades de gente de clase media, de investigadores de oenegés, estudiantes y profesores de las universidades que volvieron La Piquiña una pieza de culto. A todas estas La Mita también tuvo tratos con gente de dudosa reputación en el humor antioqueño, como Crisanto Vargas y los Marinillos.
Después de publicar el número 4, pasado el éxito de Una viejita inolvidable, Edward y Mauricio se abrieron. Con la fama de la televisión surgieron diferencias económicas sobre el proyecto, en medio del tenaz rebusque cotidiano.
A partir del número 5, el dibujante fue Alexander Cuervo, JAC, calificado por La Mita como un gomelo-travesti-cómico, autor de Ratax. El fotógrafo Juan Fernando Ospina les regaló unas fotos que sirvieron como portadas y para ensayar nuevas propuestas estéticas. Entretanto, la historieta seguía de cerca el terror del día a día en Colombia, cada vez con más bombas, sangre, secuestros y muertes de una violencia casi gratuita. El pasquín valía 1000 o 1200 miserables pesitos.

Mauro y Eddy, fotograma de un rushe inédito de Una viejita inolvidable grabado en diciembre de 1994
Muñecos
La Mita, soltera y sicaria, jíbara, etc. ha sido acusada por varios crímenes del habla, antioqueñismos, parcerismos e innovaciones léxicas nororientalescas.
Los y las sociolingüistas llegaron al barrio buscando “carritos”, “parceros”, “muñecos”, “cruces”, “totes”, “visajes”, “traquetos”. Encontraron las calenturas de La Mita con el lenguaje de la real academia de la jerga, un emprendimiento cultural que sirvió como base para la fundación de una respetadísima escuela de sicarios en Colombia.
Ricardo Aricapa, enredado como estaba viendo el mundo por el ojo del culo ajeno, contó en La Piquiña cien maneras de decir la muerte, el arma homicida y el cadáver en Medellín. Otros, menos afortunados, fueron abducidos por la microsemántica del balín.
Luz Stella Castañeda y José Ignacio Henao, este par de reconocidos académicos que dieron tanto visaje con El diccionario del parlache, llenaron páginas y páginas con esa jeringonza para que el público educado pudiera ver las películas de Víctor Gaviria sin subtítulos.
Ahora no, nadie se escandaliza, todo el mundo sabe por qué hay tanta gonorrea en Colombia... hasta el gringo de Carlos E. dice parcero y parcera, pero hubo una época no muy lejana en que parecía posible escribir La Virgen de los sicarios con la lengua de Rufino José Cuervo.
La Piquiña es la evidencia de un crimen violento consumado por la academia. muñeco: DRAE: fig. mis. acep. 4 jerg. col. cadáver de una persona. NUDICO: fig. mis. Hacer muñeco a alguien: matar a alguien. DIHAPA: fig. mis. persona muerta en forma violenta. DIAM: fig. mis. Co. Cadáver de una persona que ha sido asesinada/.

La Piquiña 2, 1993
Una viejita inolvidable
El documental cuenta la historia de cómo nació la tira cómica y sigue la transformación de Mauricio en La Mita. Siempre hay gente, niños, jóvenes, mirando. La gente del barrio es el público de su propia historieta.
El documental respeta la composición de algunas viñetas, pero por supuesto permite un movimiento que trasciende el límite de las canaletas y presenta planos desconocidos en el cómic original. El video destaca en escenarios de colores la vida del barrio, pasa por la tienda, la terraza, la esquina, la revueltería. Un trávelin de Mauricio en bicicleta permite ver la ciudad en movimiento: los vecinos caminan por las calles empinadas, los buses suben trepidantes, las peladas hablan en los balcones, los niños saltan en los carritos de rodillos, los jóvenes parchan en las esquinas.
En el archivo de Región hay dos versiones del documental de Víctor Gaviria, un master de autor y otro de la emisión en Teleantioquia el 1 de abril de 1995. La diferencia es que en la primera hay una escena de más, porque la otra fue censurada por Teleantioquia, y en su lugar tiene una introducción en un set de televisión en el que el director se dirige al público: “Yo quisiera que vieran este documental sin prejuicios, que lo vieran como el fruto, como el trabajo de un artista.” La historieta es violenta“en apariencia...” y la censura, recuerda Víctor Gaviria, es una amargura en la mirada que siempre acompañó la existencia ultraviolenta de La Mita.
Se filmaron tres escenas en que los personajes cobran vida con el maquillaje de Adolfo Gallego: La Ofendida, La Traba y La Salida. En la escena censurada, Muris llega a pedir a La Mita que lo mate, porque lo amenazaron las milicias, lo buscan los feos y tiene a la novia embarazada. Ella se niega, intenta consolarlo, pero al final le presta el arma y ¡pum! el chino se vuela los sesos.


La Mita - Reboot
Petardina Guerra Blun llegó al mundo en Segovia, Antioquia, un día cualquiera de 1909. En las memorias de nuestra guerra se ha dicho, falsamente, que fue víctima de la violencia y llegó a Bello, que trabajó en textiles bajo la férula del patronato hasta la huelga de 1964, cuando resultó despedida y se encontró sin techo y con hambre, que pasó a liderar la invasión de tierras en Zamora con el presbítero Vicente Mejía, creó comités populares y fue la primera miliciana de la zona nororiental.
Ahora la recordamos en medio de una murga interminable bailando salsa con un tote en la mano, celebrada por la intelectualidad paisa y rodeada siempre por sus chichipatos. Vieja y con las tetas caídas fue portada de Playboy, mucho antes de que Judith Botero se hiciera famosa y cuando Rosario Tijeras estaba en kínder.
Una imitadora suya apareció como Doña Anciana en La Tele desde 1994. Juan Fernando Ospina, luego de una noche de sexo duro, le tomó varias fotografías despelucada, armada con una escopeta de juguete y con el gabán a medio cerrar en la tumba #2011 del Cementerio Universal. Eso no terminó bien.
Pero ella no nació para el crimen de un día para otro. La Mita era una veterana de mil batallas, una muñeca rota de la Guerra Fría. Estuvo en la Segunda Guerra Mundial antes de que comenzara, combatió ferozmente a los comunistas en Vietnam, en la operación Causa Justa de Panamá fue condecorada con el corazón púrpura y luego apareció en las cámaras de CNN mientras peleaba por la libertad en la Tormenta del Desierto.
De vez en cuando hacía trabajos inconfesables con la DEA, por eso no fue difícil el regreso a su natal Colombia, donde traqueteaba un día sí y otro también al servicio de la mafia con el nombre clave Tami. Alonso Salazar nos quiso hacer creer, en la última página de un libro largo y escrito a las patadas, que todo comenzó cuando La Mita apareció en un tejado del barrio Los Olivos, ese jueves 2 de diciembre de 1993. No. En Zamora todo el mundo sabe que Rodrigó D (spoiler) no se suicidó, sino que perdió el año con La Mita, dizque por robarle las baquetas un día lluvioso de octubre de 1992.
La verdad se vino a saber años después. Víctor Gaviria se quedó sin caja menor para pagarles a los actores naturales de una de sus películas, hubo un conato de huelga, pidió prestado a una oficina en Aranjuez, se fue a Cannes para zafarse de las culebras y quedó debiéndoles plata a los feos. Lo demás ya es leyenda.


