Leer y conocer

hace 45 minutos
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En los últimos tres años, en las estanterías de librerías y bibliotecas, los libros infantiles informativos hechos en América Latina han ocupado un lugar destacado. Pasando sus páginas las lectoras han acompañado el viaje de las ballenas, han explorado su vecindario cósmico, han escuchado la música de las llanuras de Colombia y Venezuela, se han asombrado con las costumbres de los animales amazónicos, han subido y bajado montañas y han descubierto el impacto de las actividades humanas en los ecosistemas.

Los libros informativos pensados para niñas y jóvenes reconocen y estimulan el deseo innato de saber y ayudan a desentrañar los mecanismos naturales y sociales que rigen nuestro mundo. Hay algo fascinante en los buenos libros informativos: como nacen de la pasión genuina de un grupo de personas por un tema, esa pasión se transmite a las lectoras de una manera tan orgánica que logran que el aprendizaje se sienta como lo que es, o debería ser: algo natural y cotidiano.

Existe una conexión evidente entre la lectura y el aprendizaje, de ahí la preocupación por el desarrollo de las competencias lectoras en la infancia, pero también existe una conexión más sutil sobre la que me gustaría llamar la atención: la lectura siempre es una conversación con otras personas. Con quien escribe, con quien ilustra, con quien edita, con alguien más que leyó el libro o con un personaje que lo habita. En ese diálogo, imaginado o real, surgen preguntas, se obtienen respuestas y, en cualquier caso, se abre una puerta que nos permite salir de nuestra experiencia individual y conectarnos con alguien más.

Para aprender tenemos que estar con otros y leer es una forma de estar y pensar con otros. Esta afirmación aplica para cualquier género literario y es cierta en cualquier momento vital, pero es especialmente cierta tratándose de la lectura de un libro informativo en la infancia. Tenemos a nuestro alcance cantidades enormes de información y existen muchos incentivos para evitar el diálogo y la conversación. En este contexto, el libro informativo, bien curado y mediado, es una tabla confiable para surfear aguas agitadas.

Vivimos en un planeta deslumbrante en el que todas las formas de vida están conectadas. Nos hemos organizado en comunidades complejas, hemos diseñado sistemas para almacenar nuestros recuerdos y podemos imaginar acontecimientos que aún no han ocurrido. Nuestra curiosidad se dirige hacia la belleza y la complejidad porque necesitamos sentir y encontrar sentido. Siempre queremos saber algo: ¿por qué el cielo cambia cada noche? ¿Por qué los objetos caen? ¿Cómo funciona nuestro cuerpo? ¿Cómo se orientan las tortugas en el mar? ¿Por qué hay personas que tienen mucho y otras que no tienen nada? ¿Qué pasa cuando morimos? La naturaleza humana es la curiosidad.

Quiero con este texto celebrar nuestra condición de aprendices y recordar el valor de los libros infantiles informativos, no sólo para la formación de lectoras sino para la formación de ciudadanas, porque son un medio para explorar nuestra naturaleza curiosa, pero sobre todo son una manera de lograr algo que parece cada día más difícil: encontrarnos con otras personas, otros paisajes y otras especies y, en este encuentro, imaginar nuevas formas de vivir juntas.

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