Ocho meses antes de la tragedia de Armero y la toma del Palacio de Justicia, cinco antes de la inauguración de Teleantioquia y a cuatro de la apertura del Aeropuerto Internacional José María Córdoba, se daría lugar al acontecimiento fundacional del Metal en Medellín, el cisma constitutivo de una nueva sonoridad expresiva orientada por la estridencia, la guturalidad y la rabia ontológica. El 23 de marzo de 1985 ocurrió la célebre Batalla de las Bandas en la Plaza de Toros La Macarena, un sábado caluroso que ofreció la atmósfera turbia adecuada para el devenir caótico de un concierto recordado por su frenetismo demencial de consecuencias cuasi trágicas.
Organización y contexto
El evento había sido propuesto por Raúl Velásquez y Jairo Álvarez, promotores de la compañía JIV Limitada, célebre además por la tienda de discos en el Centro de la ciudad y por el programa de radio el Templo del rock, en la emisora Radio Musical. Su experiencia en eventos, el impacto que tenía el programa radial y el creciente consumo de rock pesado por parte de los jóvenes en la tienda de discos, creó las condiciones adecuadas para que la emisora Veracruz Stéreo y el periódico El Mundo se sumaran al proyecto de un megaconcierto que resaltara el para entonces rock “hecho en Medellín”. Como gancho comercial apelaron al modelo de competencia musical entre bandas, tal como ocurría en la emisora con el programa “La batalla de Veracruz” (heredero de las célebres “Cascadas musicales” de Radio Musical), consistente en presentar dos bandas alternadas durante un tiempo determinado para que los oyentes votaran por su preferida vía telefónica. Bajo este concepto surgió la propuesta de una “batalla de bandas” en formato de concierto, como una competencia “lúdica” entre agrupaciones de la ciudad. El evento consistiría en una jornada extensa donde 8 bandas seleccionadas interpretarían repertorios cortos para que el público asistente votara por sus preferidas a través del desprendible de la boleta que debía depositarse en una urna, de cara a un premio consistente en la grabación de un disco LP. Tal fue el contexto que acogió a los rockeros de entonces, cuyo encuentro tendría un sentido más profundo que el meramente musical, pues se trataba de una promulgación de principios por parte de los jóvenes barriales, que se consideraban excluidos del privilegio social, y que reconocían en las agrupaciones provenientes de sus zonas como legitimadoras de su lucha. Entre metaleros se hablaba de la distinción entre “rock burgués” y “rock popular”, planteando como fisura irredimible, la separación de clase entre pobres y ricos. Así, desde los distintos barrios de las laderas, especialmente de las zonas noroccidental y nororiental, “bajaron” a Medellín, para “defender” sus principios a través de las bandas que los representaban.
Las bandas y el show
El cartel se componía de agrupaciones divididas entre experimentadas y novatas, aunque la distinción fuerte era entre “burgueses” y “pobres” o “populares”, de esta manera:
Novatas populares: Glöster Galdiattor, Danger y Mierda.
Novata burguesa: Spol
Experimentada popular: Parabellum
Experimentadas burguesas: Excalibur, Lasser y Kraken.
Con el menú servido, se programó el concierto para aquel sábado canicular desde las 2 de la tarde. A la entrada decomisaron todo tipo de artículos de potencial peligro, muchos de los cuales hacían parte del indumento metalero (cadenas, manillas y correas con taches...), pero también armas blancas y adminículos de hierro y metal. Como era de esperarse, no todo el público llegó a la hora de la primera banda, pero para las 4, la Macarena estaba a reventar con 14 mil asistentes aproximadamente, provenientes de toda la ciudad y de todos los estratos sociales. La primera división ocurrió entre quienes se aseguraron lugar en la arena, principalmente el público “popular”, y quienes prefirieron las tribunas, principalmente los “burgueses”. El show lo inició Spol, aunque tuvo que acabar casi de inmediato debido al sabotaje por parte de los asistentes de la arena, quienes arrojaron insistentemente rocas que hirieron al baterista, mientras les gritaban irónicamente “Caspol”, aludiendo al nombre y jugando con el término “caspa”, que se refería a los individuos y grupos considerados poco genuinos de la escena. Luego, los asistentes celebraron la interpretación de Glöster Gladiattor, especialmente porque a su inicio gritaron: “¡¡¡Llegó el metal hijueputa, que se vea el polvo!!!”. Al cierre de Glöster, aceptaron a Danger que, a pesar de no ser una agrupación suficientemente radical con su sonido y, de hecho, bastante afín al Heavy Metal, valoraron como “popular”. La gente, sin embargo, esperaba con ansias la salida de Mierda, banda muy cercana a Parabellum. El show fue feroz: el vocalista salió a escena con el rostro pintado y cubierto de tinta roja que emulaba sangre, escupía al auditorio, arrojaba unos extraños objetos empaquetados de materia blanda oscura (que los asistentes interpretaban como materia fecal) y blasfemaba constantemente, mientras la descarga musical se hacía más brutal y descarnada. Fue un éxtasis absoluto. El público no iba a aceptar, a continuación, un grupo “burgués” que bajara los ánimos. Empezaron a corear el nombre de Parabellum, la banda que para entonces era el epítome del metal “verdadero”. El ambiente se caldeó tanto que los organizadores decidieron hacer un receso hasta la siguiente banda, que sería Excalíbur, a quienes abuchearon de principio a fin..
Parabellum se había forjado gran reputación desde un año antes debido a sus posturas negativas frente al rock comercial y, especialmente, por su iconoclasia e irreverencia ante las tradiciones religiosas antioqueñas. Un par de meses atrás habían debutado en Manrique con un concierto inolvidable que estuvo cargado de delirio escénico, en el que se incluyó una rata voladora que llegaría hasta uno de los guitarristas y que derivaría en la gresca que terminó con el show. Los esperaban con ansias. La descarga sonora se tomó por completo la plaza, los asistentes cantaban a coro produciendo un rugido endemoniado, visceral, primitivo que hacía temblar todo, parecía un trueno telúrico que avisaba el devenir monstruoso de una guerra urbana inminente. El trance ritual se orientó por pulsos rítmicos frenéticos y los cuerpos de los asistentes se golpeaban entre sí en un pogo descomunal, emulando el vértigo de una guerra simbólica en la que la fiesta y el terror conviven, como un carnaval emocional donde confluyen todas las risas, los gritos, los llantos, las quejas, los dolores. Había nacido otra ciudad llamada Medallo, proveniente de los barrios más populares, su parto ocurría mientras Parabellum tocaba sus ritmos entrópicos someramente controlados por la guturalidad vocal que parecía desgarrarse internamente. Todos parecían darse cuenta del rito, sabían que luego de esto no serían los mismos, parecían haber hecho un pacto de sangre infernal. Parabellum terminó su show treinta minutos después y los asistentes no lo aceptaron. Inmediatamente anunciaron a las dos bandas restantes: Lasser y Kraken, presentándolas como las “más esperadas” de la tarde, pero todos pedían que volviera Parabellum.
Salió entonces Lasser, cuyo show serviría de telón para Kraken, y de nuevo arreciaron los objetos al escenario, buscando sentar su voz de protesta. Al parecer otra parte del auditorio, ubicado en las tribunas, se quejó pidiendo que continuara el concierto y se activó un cruce de reclamos entre el público mismo, empezando la confrontación directa entre Medellín y Medallo. Los que estaban abajo insistieron en su propósito de detener el concierto y continuaron tirando cosas al escenario, esta vez llenaron de tierra las bolsas pequeñas y los vasos plásticos en los que habían tomado agua y atacaron sincrónicamente a los ocupantes de la tarima. Uno de los asistentes de la tribuna, con una indumentaria colorida, muy ceñida, empezó a bailar de manera extravagante, con gestualidades sensuales, lo cual se volvió completamente inaceptable para los metaleros que empezaron a tirarle piedras, entre insultos y burlas, y desde allá, los otros asistentes, sintiéndose agredidos respondieron. ¿De dónde salían las piedras? Al parecer de los mismos ladrillos de la edificación que los espectadores empezaron a vandalizar. Aparecieron entonces los bomberos y la policía. Elkin Ramírez, de Kraken, intentó apaciguar los ánimos con el micrófono, pero logró lo contrario, pues el ataque se incrementó. Entre chorros de agua y bolillo policial, la efervescencia perdió ímpetu y poco a poco el espectáculo fue terminando. Aquella noche, la noticia fue el desastre social metalero, comandado por la banda Parabellum.
Consecuencias
Desde entonces, La Batalla de las Bandas ha significado un parteaguas en la relación de la ciudad con el metal, fue la presentación en sociedad del movimiento y su declaración de principios. Evidenció, además de la ruptura con un universo cosmético de la música que parecía inofensivo y frívolo, la exhibición de una ciudad-otra, ahora representada en un tipo de sonoridad que revelaba, además de la desacralización del ethos antioqueño, un presagio del porvenir que la misma sociedad se negaba a aceptar, con el advenimiento de la guerra total entre los narcos y el Estado. Medallo tenía ya su propia sonoridad, su expresión descarnada y feroz. Más que haber nacido, ese día se reveló un fantasma que sobrevolaba a Medellín: el Metal Medallo.
PDT. Durante el proceso de la investigación que llevo a cabo, gracias al cúmulo de fuerzas que se integran y que producen quizás un campo magnético, se pudo acceder al material audiovisual inédito de La Batalla de las Bandas, almacenado durante cuarenta años y nunca exhibido ante ningunos ojos, en el archivo privado de la productora Iris Producciones. Hasta la fecha sólo se contaba con un fragmento de treinta segundos del show de Parabellum, proveniente de una videocinta de mala calidad, seguramente por gracia del archivo perdido de Mauricio Montoya “Bull Metal”. La pesquisa que nos llevó a su hallazgo y los periplos de dicho material, merecería una crónica aparte, pero ahora no tenemos más espacio...