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EL ENCARGO INEVITABLE

En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

  • Que haya equilibrio en los ecosistemas es fundamental. Foto: Archivo
    Que haya equilibrio en los ecosistemas es fundamental. Foto: Archivo
  • Naturaleza que resiste en la ciudad
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Naturaleza que resiste en la ciudad

La pamplina, como la celedonia, es vegetación que crece entre las grietas de cemento y el pavimento urbano. Una metáfora de la ciudad que necesita verde.

Laura Franco | Publicado

Vistas desde arriba las ciudades parecen grietas gigantescas: fracturan el bosque, la montaña, la pradera. El verde se ve atravesado por un gris duro, hostil. Por suerte, la bueneza –erróneamente llamada maleza, por rebelde– resiste a pequeña y gran escala. Lleva haciéndolo más de tres siglos desde la Revolución Industrial: cualquier fisura en el cemento sigue siendo hoy un lugar propicio para brotar. A nivel macro también ocurre. Gracias al ingenio de los seres humanos los edificios sombríos se engalanan de verde, hay arbustos, jardines y huertas que crecen en los tejados y las fachadas. Singapur es el ejemplo perfecto de la arquitectura sostenible. Allí los inmuebles y autopistas no arrasan con lo natural, se funden y se camuflan en él.

Mantener el verdor en las ciudades es compensar al planeta, dice el agrónomo paisajista Alex Bolívar (@alexpaisajismo). “Muchas constructoras llegan, derrumban, levantan infraestructuras y no devuelven la vegetación ni los corredores biológicos. Es fundamental buscar soluciones en favor de lo natural, hay que optar por los techos verdes, por los jardines verticales”. Un metro cuadrado de fachada vegetal extrae anualmente un poco más de 2 kg de dióxido de carbono (CO2) del aire y produce, a su vez, un poco más de 1,7 kg de oxígeno (O2). De igual modo, en vista de que las plantas absorben al menos el 50 % de la luz del sol, influyen positivamente en la reducción –de al menos 3 °C– de las temperaturas citadinas.

No es la solución definitiva frente a dinámicas de explotación de los recursos naturales, pero ayuda. La arquitecta Lucrecia Piedrahita comenta: “Las ciudades se deben transformar en tapetes verdes, pero debe haber también una posibilidad de desarrollar sistemas económicos y de convivencia no tan fuertes, lejos de un capitalismo a ultranza”, apostándole, por ejemplo, a las economías solidarias y cooperativas.

Así mismo, apunta Alex, vivir en un entorno verde tiene efectos en el bienestar mental y físico. “En medio de tanta industrialización, cuando introducimos un poco de vegetación en el entorno, se reordena el campo electromagnético, aparece una sensación de tranquilidad”.

Un vínculo esencial

El hombre es parte de la naturaleza y en esa medida es convocado por ella. Aunque usted luzca radicalmente distinto a un árbol, en lo más profundo, “en el corazón molecular de ambos”, son esencialmente idénticos. Así lo enuncia el astrobiólogo Carl Sagan en su popular serie Cosmos: Un viaje personal (1980) en la que además aprovecha para hacer una referencia poética frente al intercambio de CO2 y O2: “Qué arreglo cooperativo tan maravillosos: plantas y animales, los uno inhalando las exhalaciones de los otros, un tipo de resucitación mutua boca-estoma repartido por todo el planeta”.

No es entonces posible renunciar a ese vínculo vital. De ahí que al disponerse a caminar, los pasos de los hombres y los animales se dirijan naturalmente hacia los campos y los bosques. La conexión es tal que muchos, como el filósofo Henry David Thoreau, no podrían “mantener la salud ni el ánimo sin dedicar al menos cuatro horas diarias, y habitualmente más, a deambular por bosques, colinas y praderas, libre por completo de toda atadura mundana”.

Como la ceiba, el yarumo y el guayacán, que se aferran al suelo y crecen en medio del smog y el ruido de los carros, el ser humano se aferra a su historia natural, fortalece sus propias raíces y evita dejar escapar aquello que preserva su existencia. Con este propósito y con el de seguir construyendo ciudades verdes, hay en Medellín un sinfín de proyectos liderados por hombres y mujeres (ver recuadros) que reconocen y buscan mantener ellos mismos y con los demás aquella interconexión mágica y necesaria. “No es solo por nosotros’’, finaliza la ingeniera forestal María del Pilar Restrepo Mesa, “los árboles (la naturaleza) son también percha y refugio para la fauna urbana” que, al igual que el hombre y el reino vegetal, se adapta y se resiste a perecer entre el cemento.

Plantaconmigo - Clara Velasco

Es agricultora urbana desde hace cuatro años y la siembra la ayudó a salir de una depresión postparto. A través de su proyecto diseña, construye e instala huertos orgánicos en la ciudad y la ruralidad. “Nuestro sueño es poder apoyar a todos aquellos que deseen transformar un espacio en una huerta productiva, bien sea un patio, una ventana, un lote, una pared, un balcón, una finca. En todos ellos se pueden sembrar alimentos vivos y limpios”. Si bien Plantaconmigo había arrancado en 2019, fue durante el confinamiento por la pandemia, en 2020, que se fortaleció su presencia en redes sociales y con ella el interés de muchos alrededor de los conocimientos de Clara. @plantaconmigo

Naturaleza que resiste en la ciudad

Arvenses - Juan Miguel Alejadre García

Se graduó de Ingeniería Química, pero nunca ejerció. Durante la pandemia, como muchos, retomó la actividad de cultivar en casa. Buscó semillas y plantas, iniciando con las aromáticas. “¡Alcancé a llegar hasta 16 variedades de albahacas!”. Luego siguió con las hortalizas. Su proyecto toma el nombre de la conocida como “mala hierba”, plantas que nacen en un lugar en el que no deberían. A través de él realiza, cada dos o tres semanas, lo que denomina “tertulias caminables”, que son en realidad expediciones botánicas a través de la ciudad. Su objetivo es mapear las más de 120 especies de frutales que ha identificado en Medellín.
@arvenses

Naturaleza que resiste en la ciudad

La Savia: Laboratorio Botánico - Clara Robledo

Clara Robledo es mamá, naturalista, agricultora orgánica y magíster en Antropología y Medios Audiovisuales. A través de LaSavia –que existe hace 10 años y es un proyecto agroecológico con enfoque social– canaliza sus energías, desarrolla tours campesinos, talleres pedagógicos (en jardinería y huerta) y expediciones botánicas mensuales para conocer los árboles de la (en bicicleta algunas ediciones especiales, una o dos veces al año). Su objetivo es aportar a la construcción de una masa crítica que soporte la conciencia de pertenecer al mundo. Así mismo, busca preservar los saberes ancestrales, campesinos y rurales.
@lasavia.vegetal

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Musa del trópico Carla Bajonero Bedoya

Es socióloga especializada en temas de Agroecología y Diseño de Sistemas Ecológicos. Lidera el proyecto Musa del trópico que teje puentes para que los individuos y las colectividades que lo deseen transicionen a una cultura regenerativa. Trabaja en la instalación de huertas, bosques comestibles, paisajismo funcional, ecosistemas agroforestales y procesos educativos. “Tenemos la capacidad intelectual y creativa para remediar y revertir los daños que hemos hecho como sociedad”, dice. @musadeltropico

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Si quiere más información:

Laura Franco Salazar

Periodista convencida de la función social de su profesión, de la importancia del apoyo mutuo, la educación y el arte.

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