Mucho se conoce sobre las razones demográficas, económicas y políticas en relación con la llamada «colonización antioqueña». Sin embargo, voy por otros hilvanes, y señalo los orígenes de un licor del que hoy se debate, pues a su vez este conquistó nuevos estancos.
Y entonces me veo entre los ruedos de mi abuela paterna Inés, que hoy tendría 108 años, cuando en 2011, seis años antes de morir con los huesos astillados, y con el dolor, mas también con la memoria intacta, en apariencia muy segura de sí misma y de su origen empezó a narrar. No dijo que sus abuelos fueran ricos y tampoco pareció omitir algún detalle que permitiera deducir que anduvieran pobres, quizá simplemente porque entre ella y sus congéneres, y debo aclarar que nunca le oí un comentario destemplado o racista, mediaba sin concesiones el estribillo según el cual «hablar de plata es de negros».
Pero ella sí precisó, y mi papá y yo tomamos nota, que en 1907, de quince años su padre abandonó «una de las fincas» familiares en Santa Bárbara, donde había nacido, con rumbo al sur, a lomo de una «cabalgadura debidamente aperada», mientras sus acompañantes iban de a pie. Hasta aquí un cierto prurito, un tenue o disimulado complejo o alarde de clase que para mí todavía carecía de suficiente interés, y sobre todo de encanto.
En aquellos días de conversaciones con la abuela, yo ya tenía desleídas nociones de que mi bisabuelo Juan de Dios Echeverri, con i latina y a quien le suprimo el don (de origen noble) que algunos en Google le anteponen, formuló, o por lo menos curó la fórmula de una célebre o celebrada bebida de la Industria Licorera de Caldas, mientras ejercía como administrador de la destilería o zacatín de Manzanares. También sabía que le habían hecho homenajes, y que cierta vez a mi papá lo llamaron para que al efecto rindiera detalles.
Ahora bien, poco o nada se hablaba en familia al respecto, tal vez porque sus más directos descendientes prefieren que se sepa que Juan de Dios, o papá Juan, como le dicen, además de ganadero, era un polifacético empresario, fundador de tejares, curtimbres, fábrica de velas, cosechadoras de café, en fin, y en especial propietario o socio de una trilladora con más de ciento veinte mujeres, empleadas a su cargo y con digna ocupación, precisaba mi abuela.
Sin embargo, hoy existe litigio y una encendida polémica que involucra a otras destilerías del país, pues recientemente se atrevieron a crear o copiar un aguardiente parecido al Amarillo de Manzanares, a pesar de que este es considerado por muchos superior y pionero, incluso desde antes del siglo XX.
Sea de ello lo que fuere, apenas hace unos años empecé a sentir y a dar fe de que aquí hay algún sabor delicado y verdadera nobleza, cuando en los postres, el amigo dueño de un restaurante donde estaba compartió como novedad una botella del aguardiente, y solo yo entre los comensales bebí y bebí a placer, sin traición y sin resacas. No lo había probado por falta de curiosidad, y también porque antes, dado a restricciones legales atadas al celo regional, en Antioquia acaso de contrabando se conocía.
Pero también debo precisar que hasta este momento me apremia poner algunos puntos sobre las íes, y más que marcar los hitos en el espectro de esta historia, quiero apuntar allá donde el fantasma de mi bisabuelo Juan de Dios Echeverri atraviese mi alma y sobre todo mis nervios.
Por ejemplo, veo en internet una entrevista a un señor memorioso que se dice su lejano familiar. Y aun cuando acierta en que papá Juan guardaba con mucho celo los secretos del caracterizado buqué del aguardiente, y que se fue a la tumba sin dejar rastro completo de sus precisos toques entre los herederos, el entrevistado asegura que solo tuvo tres hijos, apenas si sabe sus nombres y los describe vagamente, cuando en realidad fueron once, mi abuela incluida.
Además, con evidente orgullo por su ancestro antioqueño, este oriundo y antiguo morador de aquello que de manera imprecisa es conocido como «El Viejo Caldas» se equivoca al aseverarle al entrevistador que mi bisabuelo nació en Rionegro.
Entonces vuelvo a cuestionarme una y mil veces, y que el ánima de papá Juan aleje de mí estos traumas, por qué diablos algunos insuflados de estirpe «grecocaldense» parecen negar las migraciones y se sienten únicos, superiores, brotados por generación espontánea de Salamina o directamente de las fauces del volcán nevado en plena erupción, y a su vez otros muchos, en cambio, paradójicamente se sonrojan al no surgir de las tierras cansadas, por decir de Sonsón o Abejorral.
Todo esto, como si el simple hecho de nacer fuera ya un mérito. Razón tenía don Quijote, el mayor defensor de la tradición y asimismo el primer rebelde, cuando parcialmente hizo entender a Sancho que «un hombre no es más que otro, si no hace más que otro».
Después, y para mayor frustración del periodista, el entrevistado por lo menos confiesa no saber dónde y en qué circunstancias murió su pariente, aun cuando de lo anterior, quizá lo alegre saber dónde yace. El 15 de noviembre de 1954, con 62 años, a Juan de Dios lo fulminó un infarto en su casa de la carrera Balboa en el barrio Prado de Medellín.
Entre tanto, si es cierto que Juan de Dios era un adolescente acomodado en su casa de Santa Bárbara, ¿por qué se fue? Y si luego también hizo fortuna propia, pero no hablemos de plata, o por lo menos él y su familia llevaban una vida plácida en Manzanares, a grandes rasgos, abuela, a Antioquia, ¡¿entonces a qué volver?!
—Cuando papá Juan celebró la alargada del pantalón —contestó ella—, exageró la fiesta, se emborrachó y por pavor de su mamá, ¡que era una fiera!, huyó a la ribera del Cauca, donde él y sus acompañantes le ayudaron a un ganadero de la región a toar unas reses hasta la otra orilla para luego seguir camino hasta Anserma. Pero a papá Juan lo dejaron solo, y la emprendió hacia Manizales. Allí tocó a las puertas de don Liborio Mejía, su pariente, y aprovechó la posibilidad de convertirse en pupilo de Juan de la Cruz Gómez, maestro ronero de la Licorera de Caldas, y que le da el nombre a una de sus bebidas características.
Así llegó Juan de Dios Echeverri a Manzanares, a un clima favorable, a las aguas de un río cristalino, y a la posibilidad de concentrar en sus orillas las mejores zafras de caña gorobeta, especifica mi abuela, fundamento peculiar de este aguardiente.
Enfrascados hasta aquí, mi papá le interrumpe a ella el relato, y además del humor denso a panela caliente, anís, yerbabuena y azafrán que como niño de cuatro años intenta evocar, en esencia recuerda que los manantiales del zacatín también liberaban otros vapores.
Mi papá cuenta, pues, que en la casa principal descubrió un baño de inmersión, que cree que no tuvo que agacharse mucho para mirar por el vano de la puerta de madera, que allí retozaba una pareja de desconocidos, que fue la primera vez en su vida que vio a una mujer desnuda, que siempre en momentos de crisis, de cualquier tipo de crisis, ¡él vive en crisis!, apela a la emancipadora imagen de los botones rosa y el contorno nacarado, dice, y que desde entonces no puede superar ese primer impacto o el principio del placer, en especial porque su contracara represiva lo marcó casi al instante.
En 1949, ya la policía chulavita mataba liberales, y se ensañó con Juan de Dios.
—¡Vení, viejo barrigón, para sacarte las tripas y hacer chorizos y morcilla! —lo desafiaban, y mi papá también vio cuando este guardó el revólver, ofreció la espalda, abandonó las ocupaciones y malvendió sus propiedades para huir primero hacia La Dorada, y luego recalar en Medellín con casi toda la familia.
Por su parte, él y mi abuela no alcanzaron las primeras desbandadas. Así, recuerda con terror cuando solos una noche ella no logró vestirlo para correr, y acorralados resolvió meterlo en calzoncillos en un escaparate, mientras desde afuera los amenazaban con que les pondrían una bomba o quemarían la casa.
Hoy, inflamada mi glándula de la escritura, busco un término análogo a este símil médico, más preciso, más sano, más limpio y a la vez más elevado, y vuelvo y doy con aquel que en psicopatología, pero a su vez en física, se llama sublimar. Consulto los sinónimos y ahora me sorprendo, pues junto con volátil, además conspiran destilar y alambicar. Entonces si mi bisabuelo pudo refinar de tal modo su primera curda, también yo quiero creer que a mis pulsiones, vertidas en párrafos, las depura la misma alquimia o mano misteriosa.
*Escritor. Su novela más reciente es Tirano melancólico (Eolas Ediciones, España, 2022)