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En este número nos embarcamos a explorar la forma en que miramos la política, casi siempre como un duelo entre izquierda y derecha, y cómo está cambiando la geopolítica del poder global. Y nos preguntamos por nuestras relaciones con los animales, al tiempo que reflexionamos sobre las representaciones de series como Griselda, el cine hecho por mujeres y los nuevos espacios para el arte que se abren en Medellín.

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El reguetón de Medellín, ¿música o ideología?

Un análisis camino que ha transitado el reguetón local

Sara Kapkin | Publicado

De eso se trata la música, el reguetón, el de Medellín particularmente, que tiene más de ideología que de música. Y cómo no, si solo Spotify pagó $10.000 millones de dólares en derechos de autor en 2024 y casi 1.500 artistas ganaron más de $1 millón de dólares en regalías de la plataforma en ese mismo periodo.

“La ideología no se nos impone simplemente. Es nuestra relación espontánea con el mundo social, cómo percibimos cada significado”, explica el filósofo, psicoanalista y crítico cultural esloveno Slavoj Žižek en su documental La guía perversa de la ideología.

La ideología, ha dicho también Žižek, funciona como unas gafas que al ponernos nos permiten ver lo que realmente queremos de aquello que consumimos, y que en el caso particular del reguetón de Medellín, es esa vida que promete riqueza y reconocimiento. Una vida que casi nadie tiene, pero casi todos sueñan.

“La estrategia de marketing para fabricar una estrella latina en Universal es bastante lineal (...) Para empezar tienes que triunfar localmente. Tener esa base local es clave (...) Tienes que haber tenido éxito en tu comunidad y gozar de popularidad para transmitirla, una historia de éxito que puedas contar”, explica en el libro Cultura Mainstream Cómo nacen los fenómenos de masas, de Frédéric Martel.

Lo importante es que la gente se identifique con los aristas, con sus historias, que crean que les puede pasar lo mismo. La música es lo de menos, por eso las canciones hablan casi siempre de lo mismo.

Por eso es que el último disco de Bad Bunny, DeBí TiRAR MáS FOTos, es tan significativo, porque no sólo habla de sexo, perreo y fronteo (de presumir), también habla de Puerto Rico, de su estatus colonial, de la corrupción y la migración obligada. Y cuando habla de eso lo que dice es que ni el éxito ni la riqueza lo eximen de los problemas que aquejan a sus vecinos, y eso si que es raro, por lo menos en el reguetón.

Ya Berni tiene el nene, y Yan, la nena / Ya no estamos pa las movies y las cadenas / Tamo pa las cosas que valgan la pena”, dice en DtMF, la canción que le da nombre al disco. Aunque ese interés por expandir la narrativa no es nada nuevo en él, pues ya lo había hecho en su disco anterior Un Verano Sin Ti, en canciones como El Apagón y Andrea.

Todo lo contrario a J Balvin, el gran referente del reguetón local, que un par de años atrás vivió uno de los momentos más difíciles de su carrera —el agarrón con Residente y las críticas por su video con Tokischa y por su incapacidad de pronunciarse frente al paro nacional—, pero no menciona nada de eso en su música, en el disco que sacó después de todo. No hay espacio para el malestar en el reguetón local.

Por eso no es lo mismo el reguetón de Medellín que el de Puerto Rico, la historia, el contexto y los referentes son distintos. Lo que hoy hace Bad Bunny ya lo habían hecho Tego Calderón y Calle 13. Y eso aquí en Medellín lo han hecho los raperos, aunque cada vez más el rap se parece al reguetón, porque la música que más que vende es la que menos dice, la que se reduce a la fiesta, al amor, al éxito individual; la que menos se parece a la vida de la mayoría.

Hay una frontera invisible que separa al rap del reguetón, por lo menos en Medellín, y es un asunto de principios, de por qué se hace la música. Para muchos es radicalismo, pero es más un asunto de contexto.

El rap llegó a Medellín en los años de mayor violencia, el reguetón llegó mucho después, cuando la ciudad quería dejar atrás la sangre y las bombas, crearse otra imagen.

“La percepción del público relacionaba el hip hop con la violencia, con la calle, en cambio llegó el reguetón y apareció Daddy Yankee con un ritmo bailable, con una estética rapera y dijo que eso era un party de gangster, de los maliantes, entonces te hablaba de eso, pero te lo estaba poniendo a bailar, eso hizo click, fue la época perfecta para que Medellín hiciera esa transición”, explicó en una entrevista Shako, uno de los pilares del reguetón local.

A eso se suma otro factor. Hasta hace un par de años, nadie que decidía hacer rap, lo hacía por plata, porque era casi imposible que esa música fuera un negocio. El reguetón, en cambio, lo fue desde el principio, porque cuando llegó a Medellín ya había transitado el camino que lleva de lo undreground al mainstream, ya era una música absolutamente comercial, hecha bajo todos los parámetros de la industria.

En pocas palabras, uno podría decir que todos los raperos que se fueron a hacer reguetón se fueron por plata, porque ese sí era “un negocio, socio”.

El rap habla de la realidad de cada uno, el reguetón es un anhelo, una ambición.

Dice Žižek al final de su documental: “El primer paso hacia la libertad no es cambiar la realidad para que encaje en nuestros sueño, es cambiar el modo en que soñamos. Y de nuevo, esto duele, porque toda la satisfacción que obtenemos proviene de nuestros sueños”.

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