...Y desde una terraza una voz de mujer grita: ¡uh!, siente envidia de los que ahora creen haber vivido ya una noche igual a esta y haber sido aquella vez felices. Ítalo Calvino
Como cual diosa, Parthenope, hermosa e inteligente, hechiza con su sonrisa, y perturba con su mirada, no camina, flota. Todo aquel que tiene el placer de ser tocado por sus manos no vuelve a ser el mismo. Lo tuvo todo, pero no quiso nada, o como ella misma lo dice, no sabe nada, pero le gusta todo.
Es común vincular la obra de un director con una ciudad, casi siempre su ciudad de origen; en Colombia sucede, por ejemplo, con Víctor Gaviria y Medellín, con Carlos Mayolo y Cali, en este caso es inevitable asociar a Paolo Sorrentino con la ciudad de Nápoles. Las ciudades suelen aparecer en las películas como escenarios dramáticos y como espacios donde suceden las acciones de la trama, pero aquí la ciudad italiana está hecha, literalmente, personaje. Parthenope, que, desde la mitología griega refiere al nombre de una de las tres sirenas que quisieron encantar a Odiseo, pero al no lograrlo se ahogó en el mar y su cuerpo sin vida flotó hasta una de las costas de lo que sería después Nápoles, encarna toda la belleza y esplendor del mediterráneo. Con la habituada estética manierista Sorrentino demuestra gran precisión en cada composición y en cada gesto, no hay nada por azar, nada que sobre y nada que falte. Crea un universo tan particular en el que todo puede pasar, como esa aparición melancólica y hermosa de John Cheever quien le hace entender a Parthenope que su belleza genera caos y que, así como la guerra, abre puertas. O la carroza que el comandante lleva hasta la habitación de ella para que pueda viajar cada noche.
Pese a la estilizada y hasta cosmética puesta en escena en todos sus componentes, con sus intensos colores, sus encuadres tan cuidados y la iluminación refulgente, que por momentos pareciera aludir al video clip o la publicidad, rompe con la ilusión del realismo y crea atmósferas más que una trama narrativa convencional.
El estilo visual y narrativo excesivo en el que acoge tanto el humor, la melancolía y la sátira, así como los personajes ambiguos moralmente delatan la influencia de Federico Fellini en el cine de Sorrentino. Este director es muy consciente del lenguaje cinematográfico, su forma grandilocuente de narrar revela una seguridad tan grande que podría rozar con la prepotencia. Los temas profundos y solemnes de la película navegan en la marejada de exuberancia estética y por momentos parecen naufragar.