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100 millones de años, ¡y siguen vivas!

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Por Javier Sampedro

redaccion@elcolombiano.com.co

Retrasemos el reloj 100 millones de años. Aterrizaremos en el Cenomaniense, una época del Cretácico superior. Veremos por allí al Acanthopholis horrida, un lagarto chepudo de cinco metros y lleno de pinchos cuyo primer fósil fue descubierto en 1865, solo seis años después de la publicación de El origen de las especies, y que de hecho fue bautizado por Thomas Huxley, el bulldog de Darwin. Si somos tan ingenuos como para acercarnos a un río, podremos ser devorados por el gigantesco cocodrilo Aegisuchus, pero mantenerse en tierra firme tampoco será una bicoca, con todos esos Araripesuchus, Argentinosaurus, Carcharodontosaurus y otras bestias descomunales y llenas de dientes. América y el viejo mundo estaban ya en avanzado proceso de divorcio, aunque aún no tan separadas como hoy. Lo más probable es que no sobreviviera ni un solo miembro de la tripulación de la máquina del tiempo, aunque quizá se pudieran rescatar algunos de sus pedazos.

Pero hay seres vivos que sí han sobrevivido a aquella época geológica. Parece mentira, pero las pruebas son muy sólidas. No se preocupen, no se trata del Argentinosaurus, sino de una amplia variedad de bacterias que fueron sus coetáneas, y que de algún modo han permanecido vivas en los profundos sedimentos de roca arcillosa que yacen bajo el suelo oceánico de nuestros días. Se sabe desde hace 15 años que hay bacterias vivas bajo el fondo del mar, pero la nueva investigación ha llegado mucho, mucho más abajo que todo lo anterior. Yuki Morono y sus colegas de la Agencia Japonesa de Ciencias Marinas y Terrestres han penetrado seis kilómetros bajo el nivel del mar en el Giro del Pacífico Sur hasta estratos depositados hace 100 millones de años, en pleno Cenomaniense, y han hallado allí bacterias vivas, como presentan en Nature Communications. Olvídense de H. G. Wells. Esto sí que es una máquina del tiempo.

La cantidad de bacterias en esas profundidades terrestres es muy inferior a la que se observa en sedimentos superficiales (1.000 bacterias por centímetro cúbico en vez de las 100.000 habituales), pero Morono y sus colegas les aportaron una variedad de nutrientes, con todas las precauciones imaginables para no contaminar la muestra, y hallaron para su sorpresa que empezaban a multiplicarse. En solo 65 días su número se incrementó en cuatro órdenes de magnitud (como multiplicar por 10.000). Y así de bien siguen hasta ahora.

Cuando uno encuentra un monstruo, la forma más rápida de conocer algo sobre él es analizar su genoma. Los científicos han hallado así que las supervivientes del Cretácico pertenecen a ocho grandes grupos taxonómicos (phyla, o filos) perfectamente conocidos en las bacterias actuales. Sus nombres no son mucho más bonitos que los de los dinosarios –actinobacterias, firmicutes, protobacterias, bacteroidetes–, pero todos ellos tienen representantes muy comunes en el mundo actual. No hay ningún monstruo ahí. Pero que un ser vivo viva 100 millones de años resulta verdaderamente asombroso. Merecerá la pena analizarlos en más detalle. La letra pequeña de sus genomas puede ser particularmente valiosa.

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