Estoy convencido de que la educación es el mejor medio para cerrar la brecha cultural, social y económica con la que históricamente carga Colombia. También de que estoy más agradecido con la literatura que con la academia como instrumento para educarme y procurar ser un buen vecino. Uno que piensa por sí mismo y en todos los que acá vivimos.
Reconozco que títulos profesionales no garantizan esa virtud. También que una persona que no se vincula ni asume responsabilidades con su colectivo, no se siente parte ni pertenece. Tampoco desarrolla la autoconsciencia y la empatía.
Con esa convicción y la de cuidar un patrimonio más grande que el económico con el que la ciudad cuenta, busqué de manera deliberada hacer parte del Consejo Directivo de una biblioteca pública de la ciudad. Entendiendo que allí podría poner al servicio de todos la experiencia personal, académica y profesional que puedo eventualmente tener. Mi meta: que muchos como yo encontraran en los libros ese canal para enriquecerse, llenarse de historias y motivos, de diversidad de opinión y respeto por los demás. Que los ciudadanos en contacto con tan maravillosa y tristemente hoy, no lo suficiente valorada institución, se educaran en virtudes y llegaran a reconocer que el esfuerzo individual invertido para conquistar metas particulares remunera más que cualquier bien material. Más simple aún, que nada paga lo que vale una noche de buen sueño después de actuar como es debido.
Hoy me siento contrariado y aturdido por el estilo de la actual administración de la ciudad de Medellín. Encuentro que a todas luces privilegia intereses particulares sobre colectivos. En contravía de lo que históricamente ha defendido nuestra ciudad.
Sin ser quién para juzgar les preguntaría a los responsables: ¿en unos años se habrá justificado lo que se le está haciendo a la ciudad? ¿A sus habitantes? Que ellos se respondan... Mientras lo hacen, decido hacerme a un lado de la responsabilidad que había asumido por Decreto de la Alcaldía de Medellín.
Por unos meses he pensado que de manera silenciosa podía seguir con la responsabilidad y evitar que cayera en manos de intereses menos genuinos que los míos. Que son más duraderas las instituciones como las bibliotecas que los estilos de gobierno. Que este mal aroma que hoy se vive en la ciudad pasaría y llegaría uno nuevo. Sin embargo, la historia y los libros me han enseñado que el silencio se hace cómplice. Que el no actuar me convierte en parte y medio para validar una filosofía que no comparto: la de la actual administración de la ciudad de Medellín. Como ejemplos y sin ser exhaustivo menciono las arbitrariedades que en EPM están teniendo lugar, las mismas que en Ruta N. Sin dejar de mencionar algo más ofensivo, atentar contra niños con hambre y familias con necesidades e indefensas (el Programa Buen Comienzo). Otras tantas invisibles.
Por el contrario, me siento muy orgulloso de hacer parte de una cultura empresarial de trayectoria histórica de la ciudad. Una que sin ser histriónica para autovalidarse o alimentar su narcisismo, ha logrado con la elocuencia que ofrecen los hechos y resultados dejar claro su interés por impulsar el desarrollo económico, social y cultural del país. Uno en el que priman virtudes sobre las aptitudes. Que respeta instituciones y las valora tanto como a las personas.
Finalmente, y si merece alguna atención, quisiera decir que mis intenciones y mi voluntad quedan a disposición de administraciones que procuren el bien común y que defiendan el interés de todos a la vez.
No me cabe la menor duda de que de este escenario saldremos más unidos y fortalecidos. Que aprenderemos de los errores. Que ganaremos conciencia e inteligencia colectiva.
Por lo pronto, decido seguir disfrutando de noches sosegadas y de buen sueño e invito a quienes lo encuentren necesario como yo, a no permitir que el silencio los haga cómplices