La historia nacional se puede actualizar. Una mejor palabra que pasa por encima del rigor académico sería Redefinir.
Una que sirva como herramienta para que los nacionales enfrenten el futuro de una manera diferente. Con optimismo.
Redefinir la historia de lo que colectivamente se entiende que es Colombia. Aquello circunscrito en ese límite geográfico arbitrario que hoy envuelve este pedacito de tierra.
Quizás hacerlo a la luz del reconocimiento de que algunos personajes con ínfulas heroicas y sueños de epopeyas se encargaron de monopolizar la forma como se ha contado la trayectoria histórica del país. Que dejaron a un lado y con dolo, una historia paralela que ha entrado en desuso u olvido. No por ser menos importante; por ser menos histriónica.
Con certeza, es posible reescribir una historia nacional que puede ser más diciente y sin duda definir nuevamente y de manera más precisa, a las personas que habitan el país.
Pensar en un relato informal que, sin miedo, se atreva a contar la historia que “realmente” ha definido y sigue definiendo las personas que habitan esta soberanía. Una historia que sin desvirtuar o menospreciar otros sucesos históricos obvios, se valga de los argumentos necesarios para resaltar y reconocer que no se trata de afanes individuales, sino de metas colectivas. Que más que víctimas o héroes, Colombia está llena de historias gloriosas sin violencia ni afanes de dominio. Fábulas en lugar de epopeyas que están saturadas de ganas, empeño, tesón y buena voluntad. También de detalles cariñosos. De aspiraciones simples y profundas a la vez. Saturadas de misticismo y una espiritualidad sazonada al mejor estilo local. Que conjugan escenas con sonrisas a veces tímidas o arrojadas, pero siempre presentes en los locales.
Imaginar construir un relato que reconoce la importancia de lo pequeño y lo insignificante para lograr las retribuciones individuales más grandes. También las metas colectivas con el mayor significado.
Una historia que permita incluso, en aquellos momentos que contraponen con mayor fuerza las opiniones, destacar el valor y la importancia de las personas, los sentimientos y los hechos que realmente construyeron el país. Aquellos que terminan siendo cimientos más robustos para definir a Colombia. No recaer en aquellos llenos de sangre, violencia o diferencias profundas.
Se puede soñar con un ejercicio que cumpla con tres propósitos:
(i) Detonar por vergüenza o certeza, la capacidad técnica y académica de historiadores, sociólogos y otros profesionales, la necesidad de contar mejor esa historia. Sin abandonar el rigor, pero rescatando ese hilo conductor que ofrecería argumentos a quienes la lean, para despertar su espíritu y ánimo constructivo, su inteligencia colectiva.
(ii) Cerrar súbitamente el paso de agua por ese sumidero en el que ha caído la historia nacional en acelerado descenso dentro de un vórtice de discusión inocua. La historia que fue escrita con énfasis en violencia o caudillismo. Por el contrario, ofrecer una perspectiva desde un punto de vista que antes no se lograba encontrar porque la historia, ya monótona y aburrida, siempre se había contado desde el mismo punto de fuga. Pensar en otra perspectiva optimista y posibilista. Si se quiere, poética.
(iii) Finalmente, este ejercicio podrá ser exitoso si esta nueva historia para redefinir a Colombia, les permite a sus nacionales avanzar mucho más rápido y sin dubitaciones, en el cumplimento y logro de todos sus sueños. Una historia que reivindique la dignidad de todos (Adam Smith), no por lo que se defendió en el pasado, sino por lo que se logró hasta hoy y lo que se defenderá en el futuro.
Es momento de que el país se dé la oportunidad de contarse la historia que le permitirá cumplir todos sus sueños. Los que siempre mereció hacer realidad al afirmar los pies en un terreno más sólido que el de las diferencias.