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Juan Manuel Alzate Vélez
Columnista

Juan Manuel Alzate Vélez

Publicado

25*. Morderse

Por Juan Manuel Alzate Vélez

alzate.jm@gmail.com

Retomando aquella hipótesis expuesta en #LaNumerada 24* de que el avance tecnológico global y la rapidez con la que se introduce en la sociedad parece superar la capacidad cultural con la que la humanidad puede adoptar dichos avances. Y poniendo como ejemplo el efecto adverso que generan redes sociales en el pensamiento colectivo, aparece Marshall McLuhan (1911-1980), filósofo de la Teoría de Medios.

Según McLuhan, con el avance tecnológico de medios de comunicación audiovisual de masas a través de ondas se ha producido un regreso a situaciones premodernas; de nuevo la palabra oral se está imponiendo sobre la palabra escrita, y la recepción de los mensajes en vez de ser individualizada, reflexiva y racionalizada por cada sujeto, se hace de una manera colectiva. Esto deriva en un fenómeno de sugestión universal con lo que se alcanza un estado denominado “aldea global”. Una paradoja posibilitada por una sociedad donde los medios de comunicación se producen en términos equiparables en lo sustancial a los de épocas muy arcaicas, pero con todos los avances de la tecnología moderna.

Un efecto sustentable a la luz de filosofías como las de Lipovetsky (1944) y “la era del vacío”, Bauman (1925-2017) y su “modernidad líquida”, Josep Maria Esquirol (1963) con su “filosofía de la proximidad”, por mencionar algunas.

Pero para alinear ideas y rumiarlas hasta digerirlas Darío Villanueva (1959), nombrado director de la Real Academia Española desde 2014, publicó su libro Morderse la lengua. Corrección política y posverdad. Con propuestas que alientan a mantener la disciplina estudiando lengua y lenguaje, etimología, así como el uso correcto de palabras y gramática. Sin amaños ni sentimentalismos. Reconociendo el valor que tienen y el efecto que logran reconociendo que, buena parte de la violencia verbal y física que hoy se vive, obedece a la ausencia de palabras en el lenguaje para identificar emociones que se alojan en el cuerpo. O también, reconociendo que todos los humanos necesitan verdades para sobrevivir y prosperar, pues la sociedad precisa un módico de confianza en que la mayor parte de la información que se recibe es fidedigna. Pero que actualmente se enfrenta una guerra contra la verdad. Un empeño de lo visceral sobre lo racional, “de lo engañosamente simple sobre lo honestamente complicado” que es la base de la posverdad. Una cultura en la que las respuestas no están en los hechos o las pruebas, sino en el sentimiento de cada quien. Que lo digan las manifestaciones sociales recientes.

Criticando esta era posmoderna llena de posverdad, Villanueva dice que para definir posverdad se partió de la idea de toda información o aseveración que no se basa en hechos objetivos, sino que apela a las emociones, creencias o deseos del público; como una distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. La posverdad se nutre de noticias falsas y bulos, falsedades difundidas a propósito para desinformar a la ciudadanía con el designio de obtener réditos económicos o políticos.

Villanueva también alerta que cuando una de estas posverdades pasa a formar parte de la conciencia colectiva de un grupo social, es prácticamente imposible eliminarla, y sigue propagándose incontroladamente como un virus en el seno de la comunidad afectada. Se convierten así en convicciones comunes basadas en una falsedad, pero que a través de medios tradicionales –prensa, radio, televisión y redes sociales– se siguen arraigando en la mente de individuos.

Finalmente, el autor de este maravilloso libro propone un cuestionamiento acerca de si lo que se requiere, es morderse la lengua. O atreverse a decir las cosas como son.

Nota: este libro de Villanueva vale la pena contrastarlo con las posiciones de Arendt en Verdad y mentira en la política, Wilde en La decadencia de la mentira y otros ensayos, Bauman en Ceguera moral, o incluso Tolstói en Contra aquellos que nos gobiernan. Un análisis local lo contrastaría con El país de las emociones tristes de Mauricio García Villegas

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