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Juan Manuel Alzate Vélez
Columnista

Juan Manuel Alzate Vélez

Publicado

2G. Realidades

Por JUAN MANUEL ALZATE VÉLEZ

alzate.jm@gmail.com

La protesta pacífica triunfó. El derecho constitucional de una democracia limpia así lo permitió. Los inconformes circularon y lograron hacerse sentir. Manifestaron su desacuerdo, gritaron que hace falta una voz más en el coro. Que es necesario balancear los tonos para lograr la armonía. La tarea ahora consiste en afinarse con ese diapasón.

Los marchantes con causa defendieron su interés de algunos que quisieron tomar ventaja de su esfuerzo y aplicar el vandalismo. Se defendieron de quienes quisieron rayar paredes y afectar bienes privados y públicos. Los que se amarraron los tenis con ganas en la mañana para salir a manifestarse, se llenaron de orgullo con sus causas y azares. Sabiendo que la marcha se definió pacífica en principio, lograron hacerle frente sin violencia a quienes querían aplicarla. La voluntad de los esperanzados en un cambio, obligó a los intolerantes a hacerse a un lado. Se vieron videos muy emotivos llenos de comportamientos constructivos. De inteligencia colectiva. Como lo dijo Álvaro Gómez Hurtado, “la tolerancia es la virtud de los que tienen fe en lo que creen”. Esa tolerancia hizo su curso y conquistó incluso a los que no querían ser reconocidos usando capuchas.

Mientras tanto, los pasivos observaron impávidos. Redes sociales, radio y televisión alimentaron su curiosidad por lo que sucedió. Los impávidos también leyeron indiferentes los comentarios de quienes no salieron a marchar. De los muchos otros que no se hicieron ver en cámaras pero que igual estuvieron presentes. De los que a diferencia de los inconformes, pensaron que había otras formas de manifestarse, o incluso, que no estaban de acuerdo con la marcha o que había otros intereses que defender.

Múltiples situaciones, múltiples realidades: (i) gobierno, (ii) inconformes, (iii) observadores impávidos, (iv) quienes defienden otros intereses, y finalmente, (¿?) quienes opacan la convivencia con desmanes en la noche –Cali y Bogotá sus víctimas–.

La reflexión después de esta semana, una que no ha perdido vigencia desde que Luis Carlos Galán la pronunciara: “En estas nuevas circunstancias no podemos seguir viviendo como si fuéramos una nación a punto de perecer todos los días. Tantos problemas como los que padecemos, y tantas oportunidades como las que desperdiciamos nos obligan a cambiar”.

La senda de crecimiento económico nacional hoy es sin duda la más atractiva de Suramérica. Y si bien la expectativa de 3.6 % puede ser insuficiente para las necesidades nacionales, también debe reconocerse que es la trayectoria para lograr los crecimientos por encima del 4.3 % que permitirían encontrar el empuje económico para combatir muchos dolores de hoy: la desigualdad, la falta de empleos dignos para muchos, esquemas pensionales, sistemas de transporte público eficientes, programas de salud humanos, y educación pública de calidad, entre otras muchas necesidades básicas por satisfacer.

Con el campanazo que muchos hicieron sonar este 21 de noviembre, es necesario observar que detenerse es aplazar la meta. Que la industria y la productividad nacional, no son el lastre sino los motores de crecimiento que permiten encontrar los medios para cerrar las brechas sociales. Que la economía no es un número, sino un estado de ánimo que entre todos se construye. Que esta oportunidad económica que Colombia hoy tiene, no puede escurrirse también entre los dedos por un cambio de ánimo.

Que el escenario reciente converja en encontrar los motivos que unen a los colombianos, no los que los dividen. Para que en ese sentimiento se encuentren los puntos comunes en los que se puede apoyar el crecimiento colectivo.

Nota: el vandalismo está por fuera de toda discusión, y es deber y derecho constitucional, respetar la propiedad pública y privada. No hay realidad en Colombia que justifique la violencia contra las personas o las cosas, públicas o privadas.

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