En 1913, José Ingenieros, un hombre de biografía lustrosa, escribió El hombre Mediocre. Un contraste entre tres tipologías: el hombre mediocre, el idealista y el superior. Un texto pertinente para esta temporada de protestas sociales en el continente. En él se consignan frases que cobran sentido en el contexto vigente:
“(...) Los países son expresiones geográficas y los Estados son formas de equilibrio político. Una patria es mucho más y es otra cosa: sincronismo de espíritus y de corazones, temple uniforme para el esfuerzo y homogénea disposición para el sacrificio, simultaneidad en la aspiración de la grandeza, en el pudor de la humillación y en el deseo de la gloria. Cuando falta esa comunidad de esperanzas, no hay patria, no puede haberla: hay que tener ensueños comunes, anhelar juntos grandes cosas y sentirse decididos a realizarlas (...). La patria está implícita en la solidaridad sentimental de una raza y no en la confabulación de los politiquistas que medran en su sombra”.
Las marchas recientes muestran división de opiniones que, sin cuantificar el volumen de cada uno de los grupos ni calificar sus opiniones, resalta que Colombia no comparte el mismo ideal. No encuentra ese sincronismo de espíritus que da lugar a una patria. En el país de hoy no se manifiesta esa solidaridad sentimental que vele por el respeto de quienes protestan y, a su vez, por el respeto de quienes no quieren hacerlo. Tampoco logra unir los esfuerzos en un mismo sentido. Una única dirección constructiva que todos compartan. Resultados de la polarización, o del caudillismo.
En ese caos emocional, se evidencia el afán de algunos personajes públicos y otros cotidianos por generar más división aún, desestabilización. Ruido en un momento que requiere de calma y cabeza fría. Debe identificarse bien quién aporta a la discusión, y qué merece descartarse por el valor de su aporte. Abstraerse de ideas o argumentos infantiles.
Hoy, un liderazgo contundente y capaz de unir opiniones recogería el país. Uno capaz de cerrar brechas ideológicas y de dibujar un panorama común que todos estén dispuestos a defender. Uno que permita encontrar una partícula de gloria común como propone José Ingenieros: “(...) nadie piensa que en el canto de un poeta o la reflexión de un filósofo puede estar una partícula de gloria común (...)”.
Las preguntas son varias, las más inmediatas y que van al origen de la situación cuestionan dónde están los Estanislao Zuleta de hoy. Esos ideólogos capaces de expandir la frontera moral para definir un norte ideológico claro. Dónde están esos líderes capaces de vincular en una poesía o un pensamiento los intereses de muchos para que se afilien a la bandera y al himno con amor y con respeto. La otra pregunta es si lo que falta en Colombia, es esa dosis de cultura que permita encontrar en algunos íconos humanos o materiales los ideales que unen los ciudadanos al país. La cultura que permite reconocer el valor y el respeto que merece la fuerza pública: Policía y Ejército, porque aunque mal connotados hoy por defender la propiedad pública y privada, siempre están disponibles para defender el país en momentos difíciles. Cuántos no agradecieron su llegada cuando se vieron desahuciados. Cuántos no encontraron en la fuerza pública esa complicidad humana de un ser que también tiene familia o deseos de progreso. Cuántos no han visto en la autoridad pública, ese instrumento capaz de hacer defender la constitución y los ideales de un estado social de derecho. Uno que respeta propiedad pública y privada.
A veces la pregunta va más lejos aún, y cuestiona por qué no se incentivó más la música, el arte y la lectura en la infancia. Esas dosis de cultura que dan los argumentos para respetar a todos por igual.