En la sección M (semanas atrás) se abrieron discusiones sobre la innovación. Se omitió deliberadamente un factor clave: la vocación tecnológica natural que tienen los países gracias a su economía y su demografía. Desarrolladores de tecnología como Alemania, EE.UU. y Japón –por mencionar algunos–, que gozan de desarrollo de conocimiento y de procesos productivos para definir la tecnología que priorizarán. A su vez la usan como renglón industrial para dar lugar a la explotación de unas capacidades desarrolladas, y finalmente para distribuir en el exterior creando su mercado. Éstos tienden a ser desarrollos tanto de “hardware” como de “software”, muy idóneos para sus necesidades particulares que después de algunas modificaciones buscan lograr aplicaciones en otras geografías: desarrolladas y no desarrolladas.
Una distinción clara: los países desarrollados generalmente cuentan con pirámides demográfica adultas (por no decir viejas), un recurso humano escaso y costoso. El automatismo es una filosofía básica en su desarrollo tecnológico.
Luego vienen aquellos países que adoptan la tecnología. Su trayectoria “evolutiva” los ubica en una posición de consumidores. Su conocimiento, medios económicos y procesos productivos conllevan la necesidad de comprar tecnología a los antes mencionados, y más allá de eso, padecer el proceso riguroso que implica la adopción tecnológica. Adoptar tecnología no es comprar para aplicar. No es lo mismo desarrollar tecnología para aplicarse en Munich, San Francisco y Singapur, para luego buscar su aplicación en Palmira, Barranquilla o Marinilla. La primera barrera a superar es la del capital; son tecnologías desarrolladas para ingresos per cápita superiores a los de las economías en desarrollo. También se aplican en contextos culturales muy diferentes y por ende su uso puede variar según la geografía en la que se aplique. Esta es una discusión antropológica y sociológica extensa y depende sustancialmente de la tecnología de la que se esté hablando.
Siguiendo con la distinción: a diferencia de los países desarrollados, estas economías generalmente tienen pirámides demográficas más densas y jóvenes, un exceso de recurso humano en búsqueda de oportunidades laborales y para el que la automatización es competidor directo.
Para no dar lugar a malas interpretaciones: no se trata de negarse al desarrollo tecnológico, sino de aplicarlo según la disponibilidad de recursos locales; en este caso, el humano.
En la mitad de esos dos extremos están los países en el “purgatorio” tecnológico. Son aquellos que están cerrando la brecha económica y productiva encontrando en deudas internacionales los medios económicos para igualarlas, saldando vacíos de conocimiento de forma acelerada para producir tecnologías que suplan necesidades internas y den lugar a renglones industriales que soporten la economía para mantener ese ritmo de desarrollo. Muchas de estas economías se encuentran haciendo esfuerzos sobredimensionados en investigación y desarrollo.
Con ese panorama claro, viene la reflexión: la adopción tecnológica puede filtrarse de forma tal que cumpla los mejores propósitos económicos. No por ser una tecnología atractiva a nivel internacional, es necesariamente idónea para la economía local y, por ende, un buen criterio puede servir para no invertir esfuerzos innecesarios en lo que no rendirá el mejor fruto desde la perspectiva local. Toda adopción tecnológica está embebida en un contexto de disponibilidad de recursos particulares y de contextos culturales que admiten o no su efectiva adopción.
Si bien existen grandes necesidades por suplirse en las economías en desarrollo, quizás una de las más básicas es el trabajo. Favorecer el desarrollo de plazas laborales en un contexto geográfico específico puede no requerir tecnología de economías desarrolladas; sino por el contrario, desarrollarlas localmente según las necesidades particulares. Esto no requerirá un recurso humano educado a nivel internacional para lograrse. Porque probablemente las soluciones tecnológicas que necesita una economía en desarrollo son más simples que las que hoy tienen las economías desarrolladas. Intensivas en capital pero más aún en recurso humano.