Hace tan solo 31 años que municipios y departamentos pueden votar para escoger los mejores programas de gobierno según su criterio (alcaldes y gobernadores). Un gran privilegio que no se puede desaprovechar por abrumadora que sea la indiferencia. Antes de 1988, la Presidencia de la República escogía gobernadores y estos a su vez, alcaldes de municipios (todo un engranaje). Las próximas elecciones por el contrario, correspondientes al periodo 2020-2024, las define la democracia.
Los candidatos en carrera harán lo posible por convencer al electorado y buscarán los medios para ocupar la posición que buscan en la administración pública. Todos en su afán, venderán razones para lograrlo. El electorado por su parte, tendrá espacio para reflexionar y tomar su decisión. Escucharán noticias, chismes y opiniones que moverán la aguja con la que municipios o departamentos definirán su destino administrativo por cuatro años. Un periodo tan corto o tan largo como para determinar si un municipio avanza o retrocede. Si toma las mejores decisiones para sus ciudadanos acogiendo administradores conscientes y respetuosos del valor de lo Público (todavía los hay, basta escoger bien). O si por el contrario, toma decisiones que darán garantía de una continuidad pasiva que no avanza ni retrocede. O incluso, se define si se abre la puerta al retroceso. El deterioro del espacio público, la reducción de inversiones para muchos o, peor aún, que desaparezcan recursos valiosos para resolver problemas de primer orden como servicios públicos, educación, transporte, seguridad, calidad del aire, entre otras.
En 14 días al terminar la jornada, la mayoría de municipios y departamentos conocerán su destino. Según el plan, y la carta constitucional, se hará la voluntad de la mayoría. Para muchos, será motivo de tristeza. También de valentía para reconocer la pérdida en una carrera larga y desgastante. Para algunos pocos, los escogidos, motivo de euforia, alegría y celebración.
Los votantes también vivirán su emoción. Alegría o tristeza según el resultado. En una esquina, la resignación. Desesperanza por no compartir la opinión de esa masa de votantes que logró la mayoría. No es para echarse a la pena. Una oposición objetiva y consciente siempre podrá lograr acuerdos constructivos cuando el civismo está de por medio. Sin manifestaciones violentas, sin acciones que entorpezcan el avance simplemente porque no se comparte la opinión más general, es posible perfilar decisiones de forma que se construya.
En la otra esquina, la euforia. Celebración por haber logrado posicionar su mejor elección. Pitarán en carros ondeando banderas del partido felices, no sobrará pólvora, festejos y sosiego. Una celebración anticipada si se puede reconocer. Una que tiene lugar cuando se votó por el tiquete ganador.
Plata en mano y el resto en tierra, la celebración debería venir al cierre del periodo administrativo. Una vez sea posible juzgar los resultados del trabajo. Es en ese momento en que el votante puede verificar y comprobar que en efecto, se dio curso y cumplimiento a un plan de gobierno que se identificó como el adecuado. Uno que respetó políticas para el beneficio de todos, que no lucró a particulares y que abrió las puertas al progreso.
El domingo de las elecciones, se dará solo el primer paso de la administración que se escoja. Ponerla en posición. Luego, vendrán cuatro años de trabajo duro. En lo posible, resultados convincentes. Méritos bien ganados buscando el beneficio colectivo. La celebración deberá guardarse para cuando se cumplan efectivamente las promesas electorales. Esas iniciativas que convencieron a todos de ser la mejor alternativa. Que entre 2020 y 2024, no se olvide el plan de gobierno que se escogió. Que el electorado pueda juzgar correctamente y exigir también, si la candidatura ganadora era la adecuada porque la ejecución que prometió, fue la que cumplió. ¿Celebra usted de manera anticipada?.