Los mitómanos desfiguran la realidad a veces sin perseguir el beneficio propio. Hacen parte de los trastornos de control de impulsos como se conoce en psiquiatría. Su diagnóstico es muy evidente. Definitivamente no es el caso en cuestión. Cierra los ojos recuperando páginas académicas leídas años atrás.
“Este paciente se ajusta mejor a un sociópata –clínicamente hablando–”. Tiene algunos rasgos de una personalidad anormalmente acentuada. Por ejemplo, son obsesivos, ambiciosos y a diferencia de los mitómanos, buscan un beneficio particular, su conducta es dolosa. Clínicamente se conocen como Trastornos de la Personalidad. Como ella bien explica, “para eliminar las dudas se necesita una entrevista personal y abordar conversaciones con él a mayor profundidad”.
Con el codo derecho sobre la muñeca izquierda en un gesto muy femenino, y apoyando índice y pulgar de la mano derecha en el vértice de la nariz a la altura de los ojos, apacigua una dermatitis cerrando nuevamente los ojos. Continúa explicando que este caso específico encajaría mejor dentro de una personalidad patológica, con una ambición desmedida.
Dice, “él ha construido una historia sobre ideas y no realidades que le convienen y moldea a necesidad”. Ese rasgo de su personalidad –ella justifica–, lo hace hábil para convencer a los incautos.
Explicar que en la narrativa de este señor, se hacen evidentes “ideas de grandiosidad”. Clínicamente, son de dos tipos: “las primeras son delirantes, que lleva a las personas a convencerse a sí mismas de unos hechos que no son ciertos”. Explica en detalle la historia de Napoleón Bonaparte. Continúa: “las segundas, son ideas de grandiosidad sobrevaloradas, aquellas donde las personas, sin llegar al delirio, incurren en la conducta. Se convencen a sí mismos y a quienes están a su alrededor de su condición”. Enfatiza que estos individuos son muy persuasivos con quienes los rodean. Que recurren a extorsiones materiales o emocionales para lograr su fin y buscan la lealtad de esa manera para mantener su construcción vigente. Los que se rodean de estos pacientes después de un tiempo sienten un sinsabor o insatisfacción común al notar que fueron engañados. Suele ser muy doloroso ese proceso para ellos.
En su profesionalismo trae a la conversación una frase célebre sin recordar el autor [Abraham Lincoln] para concluir su explicación de estas personalidades patológicas: “Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo. Puedes engañar a algunos todo el tiempo. Pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
Se aproxima al fin de la conversación recibiendo una llamada telefónica y mirando su reloj Swatch. Aclara entre risas ya en una conversación personal que ella no es de estatura baja, se prefiere decir paticorta –risas–. Tampoco acepta que es morena; prefiere el canela. Habla de su pelambre aludiendo a su pelo porque su glamour no va en eso; por el contrario, se concentra en un carácter jovial, transparente de sentimientos y muy generoso. Reconoce que tiene rasgos obsesivos marcados en su personalidad, y de no ser por eso, no sentiría el amor y la pasión que siente por sus pacientes psiquiátricos. Dice que en la calle hay más enfermos de “la cocorota” de los que cualquiera puede imaginarse, entre otras porque es muy fácil reconocer pacientes con gripa, o un brazo fracturado, –esas condiciones las acepta cualquiera–. Lo realmente difícil es aceptar tener trastornos mentales o de personalidad. Los últimos, los más delicados cuando pasan desapercibidos y se mimetizan en personas que “lucen normales”. Se ríe mostrando dientes y encías mientras dice: “si no vea, este hasta llegó a ser alcalde”.
Quienes la identifican recuerdan que fue una estudiante ejemplar que se quejó muchos años por invertir sueño en estudio, pero que hoy, compensa con una labor gratificante. Ama a sus pacientes.