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Juan Manuel Alzate Vélez
Columnista

Juan Manuel Alzate Vélez

Publicado

4P. Silenciosos

Por JUAN MANUEL ALZATE VÉLEZ

alzate.jm@gmail.com

Un país dividido por la ideología sin entender que las divisiones reales las generaron históricamente tres cordilleras, tres grandes ríos (Atrato, Cauca y Magdalena), y las grandes selvas. Sociedades enconadas en las que a un lado se paraban conservadores y al otro liberales. Individuos adheridos a su partido por tradición. Absorbidos por ideales de familiares o amigos. Coartados a creer en lo que no sabían creer. Intimidados se les negó el derecho a opinar. Creían ciegamente porque no tuvieron oportunidad de construir opinión.

Sin embargo, en medio del resentimiento que empuñó armas para matar por diferencias ideológicas como sucedió durante la superposición de las cartas constitucionales a finales de S. XIX y la guerra de los 1130 días; siguieron avanzando ideales constructivos.

Una ideología que no se apoyaba en las diferencias de opinión. Por el contrario, lo hacía en la unidad de las mismas, en objetivos comunes como la oportunidad de tener una familia, de ofrecerle medios para crecer en lo económico, lo social y lo cultural. Fue un ánimo que, a pesar de estar siempre disfrazado en un interés industrial, opinaba que el progreso y el crecimiento económico eran la herramienta para lograr el crecimiento social y cultural. Incluso, a sabiendas de incurrir en un costo ambiental razonable, después podría lograr métodos productivos que admitieran ese delicado equilibrio con la naturaleza.

Entrados en los años que dieron comienzo a la construcción de líneas férreas en Colombia, las cartas que viajaban de Europa y Nueva York a Colombia y que alimentaron esos sueños de máquinas de vapor para unir ciudades y favorecer un comercio más económico que el que lograba el transporte con mulas; también alimentaron el sueño de generar electricidad. A finales del siglo XIX se pensó dejar a un lado el melancólico alumbrado con combustibles. Ganar horas productivas en el día con la invisible energía eléctrica gracias al novedoso invento de la bombilla de Thomas A. Edison. Esa fuerza electromagnética mágica que dominaron Franklin, Coulomb, Volta, Faraday, Ampere, Ohm, Joule, entre otros tantos para ponerla al alcance de todos.

La industria eléctrica en Colombia nació entonces apoyada en los hombros de gigantes que desarrollaron la ciencia necesaria y luego en los hombros de emprendedores locos capaces de invertir en sueños empresariales detrás de una idea descabellada como una fuerza invisible –la electricidad–. Convencidos de que el ánimo industrial era capaz de generar empleos y producir riqueza. Una sutileza capaz de romper el círculo vicioso de las discusiones políticas que para entonces tenían lugar en el país. Se hicieron a un lado ofensas de izquierda y derecha, azules y rojos. Por el contrario, encontraron en el ánimo emprendedor y la idea de construir un alumbrado público eléctrico y luego un sistema de distribución de electricidad capaz de alimentar motores en fábricas para producir bienes para las personas. Una nueva era industrial.

Desvergonzados se atrevieron a copiar ideas de ciudades en Europa y Estados Unidos. Trajeron y adaptaron la tecnología reconociendo que por ahora no serían desarrolladores de la misma. La adoptarían.

Organizados en ánimos de inversión privada, o como empresas mixtas donde algunos municipios invirtieron bienes para el bienestar de sus ciudadanos, aparecieron las empresas eléctricas en Colombia. Así, con ingeniería importada y luego aprendida, la iluminación eléctrica llegó a Bogotá en 1890, a Bucaramanga en 1891, a Barranquilla en 1892, a Cartagena y Santa Marta en 1893. A Medellín en 1898.

Ad portas de ese conflicto armado tan destructivo que fue la guerra de los mil días, fue el sector productivo el que fue capaz de unir personas con un único ánimo. El de construir, hacer y producir. Un ánimo que silencioso unió las voluntades de las personas sin resaltar las diferencias; sino encontrando puntos comunes para unir voluntades. Una lección más de que las diferencias de opinión se saldan encontrando ánimos constructivos comunes.

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