La innovación tiene más de treinta definiciones diferentes en internet. Pero como en cualquier ejercicio, la definición es relativa a cada quién. No se le pueden pedir tamarindos al guayabo. Pero sí se puede buscar la mejor producción de tamarindos en mejores tiempos.
Lo que debe tenerse claro, es lo que la innovación no es:
Reinventarse la rueda. Es inoficioso. Por el contrario, tomar prestada la idea para implementarla es mucho más eficaz –por lo menos al dar los primeros pasos en innovación, un curso más avanzado permite pensar diferente–. La adopción tecnológica no es un ejercicio vergonzante. Por el contrario, “tropicalizar” tecnologías o modelos de negocio debe ser motivo de orgullo para quienes lo logran. Que lo digan quienes en su trabajo se encargan de adoptar tecnología que se diseñó para aplicarse en Múnich, Estocolmo, San Francisco o Singapur, donde el contexto cultural es diferente, y el PIB per cápita varias veces superior al nacional. Sin embargo, hacen viables dichas tecnologías en Palmira, Tibasosa o Barranquilla. La adopción tecnológica supone retos de implementación, por la usabilidad de la tecnología en contextos culturales diferentes, también por el poder adquisitivo en dichos contextos y acá, un giro extraordinario en la innovación: deja de ser un reto tecnológico, para ser un ejercicio financiero. Una tecnología costosa (en inversión), debe ser accesible en la geografía de aplicación para hacerla masiva. Y ahí está la magia de la innovación en adopción tecnológica.
Ciencia aeroespacial. Es muy compleja. La simpleza es una cualidad, y cualquier tecnología, proceso, producto o servicio con el que se busque innovar, deberá garantizar ese atributo. Así, la tarea al innovar será minimizar fricciones. Basta pensar en cuáles modelos de negocio no salieron a la luz del mercado por la complejidad legal detrás de su implementación, qué tan largo es el contrato. Y esta advertencia aplica al sector productivo y al público que se expone a errores similares al definir marcos regulatorios extensos, complejos y disuasivos.
Productos perfectos. No existen. Pretender salir al mercado sin fallas es como el primer curso de física universitaria, un mundo sin fricción e imaginario. Lograrlo implicará salir al mercado sin errores, probablemente también supone salir muy tarde para hacer valiosa la idea. La innovación admite cachetes colorados, no por los errores cometidos, todos los cometemos; sino por no haberlos anticipado. También admite risas y conversaciones honestas y transparentes con los clientes que están dispuestos a probar el producto. Esta arista de la innovación amerita columna aparte para entender el impacto de la innovación dentro de un ecosistema productivo.
Fotos costosas. Suelen ser muy llamativas. Sirven como instrumento de mercadeo; sin embargo, se alejan de la definición de innovación. Plata en mano (y el resto en tierra...), la innovación se traduce en dos cosas: (i) una línea de ingresos adicional en el balance financiero, o (ii) una reducción de costos y gastos en el mismo. Esforzarse por mostrar la capacidad de implementar una idea que resulta costosa y no deriva beneficio social, ambiental y económico simultáneamente, es un tributo al ego de quien se propone el ejercicio, pero no es innovación. Desvirtúa su definición y logra lo que se buscaba evitar, ojos blanquearse con párpados a medio cerrar al escuchar la palabra innovación.
Así las cosas, innovación implica un ejercicio material y tangible. Uno que se vale de las copias “tropicalizadas”, con la simpleza como atributo y que se aleja de productos perfectos para salir al mercado o de fotos costosas. Por el contrario, se concentra en líneas de ingreso o ahorro claras. La innovación reporta beneficios para la empresa que la favorece, para sus clientes, y como será más explícito a futuro, para el ecosistema empresarial en el que se implementa.