No creo que en el mundo haya un artista de fama, tan desprendido y caritativo como Fernando Botero. Nos cabe el orgullo de que ese artista es colombiano. Todavía, a los ochenta y ocho años, sigue trabajando y pensando en su país y en su tierra. Soy testigo de lo que ha hecho por nosotros y por la tierra que lo vio nacer.
Cuando llegué a la Alcaldía en 1998, la primera visita que recibí fue la de Pilar Velilla, directora del Museo de Antioquia. Me dijo que íbamos a perder la colección privada del maestro Botero. No sabía de qué se trataba. Me explicó que el maestro había ofrecido su colección privada a Medellín y que los alcaldes no le habían dado importancia. Organizamos viaje a París, planos de Medellín en mano y gente que podía ayudar en algo muy grande para la ciudad.
Nos dijo que su colección privada, como Medellín no se interesó, se la ofreció a Bogotá y que no se echaba para atrás. Que nos daba diez esculturas monumentales y varias salas de pintura, dibujos y esculturas pequeñas para el museo. Lástima, perdimos las obras que ahora tiene Bogotá, por ceguera de las administraciones.
Le dijimos que podíamos poner las esculturas a lo largo de la avenida de La Playa, como había hecho en la exposición en los Campos Elíseos. Nos contestó que en un solo sitio. Abrimos los planos de Medellín y le dijimos que podía ser en la manzana al frente del viejo Palacio Municipal, propiedad de EPM, y futuro Museo de Antioquia. Aceptó, empezamos a comprar las propiedades de esa manzana, la gente aceptó vender y nos facilitaron todo.
Empezamos a tumbar, vino el maestro, se emocionó y subió a catorce esculturas, volvió y ofreció dieciocho y terminó en veintitrés que hay ahora en la Plaza Botero. Nadie en el mundo ha hecho algo igual.
Para el museo dio bastantes obras. El entonces gerente de EPM, Ramiro Valencia, nos vendió el edificio por un valor simbólico, un peso. Se construyó lo que hoy hay, con la gerencia gratuita y dedicación de tiempo completo del arquitecto Tulio Gómez Tapias.
La siguiente administración me demandó, por detrimento patrimonial, por haber tumbado un edificio, acabado de construir y sin estrenar, sobre la carrera 51 y que había costado 1.200 millones de pesos. Edificio que se hubiera convertido en una barrera visual para el museo y para la Plaza Botero. Gané la demanda al mostrar que una de las esculturas, una sola, valía más de mil doscientos millones de pesos. No había tal detrimento patrimonial. Por el contrario, una gran ganancia.
Esa ganancia, esa riqueza de la que ahora goza Medellín, disfruta su gente y los visitantes, se le debe toda a Fernando Botero.
No sólo fueron sus obras. Cuando en la inauguración del museo vio que los niños de las orquestas infantiles y juveniles de los barrios se prestaban unos a otros los instrumentos por falta de algunos, regaló cinco orquestas completas.
Decía que, en el mundo, en la historia moderna y pienso, en toda su historia, no ha habido un artista con un desprendimiento del tamaño que tuvo Fernando Botero con su ciudad.
Maestro, lo queremos, lo recordamos y le contamos que Medellín es lo que es, gracias a su generosidad.