Por Fernando Velásquez V.
Mientras la tragedia avanza y los servicios sanitarios colapsan (falta de personal médico o el existente está exhausto, escasez de medicamentos, Ucis repletas, etc.), el Gobierno Nacional (a través de la ministra de Educación) ordenó que los estudiantes regresaran a las aulas con un modelo de alternancia; eso, en Bogotá, no se cumplió. Al comienzo de la emergencia, pues, cuando eran pocas los inoculaciones, se dispuso el encierro colectivo; después, con los dichosos días sin IVA y las festividades navideñas (¡un salto a la libertad!), que elevaron el número de infectados con pérdidas de vida muy sensibles (altos funcionarios gubernamentales como el señor ministro de Defensa, líderes sindicales, juristas renombrados, etc.), casi desaparecieron las cuarentenas pero con restricciones horarias inoperantes (toques de queda nocturnos, pico y cédula, etc.). Todo un contrasentido: ¡Cuando más se necesita el distanciamiento social ello no se hace y al revés! La lógica matemática y el racionalismo cartesiano no entienden esto.
Es que cuando se tiene el deber de preservar las vidas de millones de seres humanos, no se pueden rebasar imperativos éticos. Bien dijo estos días el secretario de Asuntos Educativos de Fecode, Miguel Ángel Pardo Romero, que los líderes políticos no pueden “pasar por alto los conceptos y referentes de la comunidad científica, exponiendo así la vida y la salud de millones de integrantes de la comunidad educativa y del conjunto de la población”. Por eso, también se pregunta: “¿Estarán estas autoridades públicas dispuestas a suscribir su responsabilidad penal, fiscal y disciplinaria por las eventuales muertes ocurridas a causa del Covid-19 en la comunidad educativa, obligada a realizar actividades presenciales en medio de una pandemia exacerbada?”.
Y ese interrogante, en un contexto más general, es válido. Máxime si hasta ahora las autoridades han lidiado la pandemia –con sus casi 55 000 fallecidos– mediante un intento de pedagogía colectiva en la televisión diaria (que no ha servido mucho ante la indisciplina social). Y, obsérvese, el tema de las vacunas (las que “done” el Covax o se negocien con las multinacionales farmacéuticas), no ha sido tratado con la celeridad y la claridad requeridas; si bien existe un plan de acción –y el asunto no es nada sencillo para proceder a la ligera– cuyos detalles ahora se afinan, nuestro país es uno de los más atrasados en la inoculación masiva.
Tampoco se ve nitidez en las políticas de contratación con las multinacionales, siempre expectantes para lucrarse con los grandes negocios que involucran a las industrias de ventiladores mecánicos, los suministros farmacéuticos, los implementos de higiene y protección personal, los refrigeradores para conservar las vacunas, etc.; incluso, ya se han denunciado posibles ardides en esta materia. Es más: tampoco hay claridad en la utilización de los protocolos médicos para tratar a los enfermos; en efecto, mientras en otros lados se discute el empleo de la ivermectina, la plitidepsna o el dióxido de cloro, etc., a nuestros galenos solo se les permite utilizar meros paliativos o no hacer nada.
Así las cosas, pese a los esfuerzos gubernamentales, el panorama observado muestra la falta de políticas coherentes al conducir un asunto tan delicado. Una emergencia como esta, recuérdese, requiere de liderazgo, arrojo, prontitud y transparencia; los maquillajes y afeites para los medios de comunicación solo alimentan el populismo y la mediocridad, pero no aniquilan el virus y preservan la vida. ¡Los ciudadanos no son conejillos de indias en manos de políticos y codiciosos negociantes! Y, en fin, así sea cierto que el virus es hoy menos agresivo pero más contagioso (aunque la ausencia de vacunación puede generar mutaciones peligrosas, como sucedió en el pasado con otras pestes), el mensaje implícito para todo el colectivo educativo en un verdadero Estado de Derecho no puede ser este: ¡Vayan a las aulas, inféctense e infecten; y, si en el camino fallecen, no se preocupen (el argumento religioso es siempre salomónico): ¡Es la voluntad del Señor! ¡Alabado seas! ¡Qué descansen en paz!