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The New York Times
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A la sombra de la sala de reacción

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Por Kathy Ryan y Maureen Dowd

Conocí por primera vez a Kathy Ryan hace unos años, cuando necesitaba una nueva foto mía para The Times. Nos reunimos una tarde de otoño en la sede de Nueva York.

Para ser honesta, no me gustaba mucho este edificio. Había demasiado sol, demasiadas ventanas. Tomaba la metáfora de la transparencia demasiado literalmente.

Bromeé diciendo que Kathy no podía hacer que mi foto fuera al estilo del cine negro en este rascacielos bañado por la luz. Prefiero las sombras, sobre todo para trabajar.

Resultó que Kathy también era aficionada al cine negro y me dijo que estaba equivocada. A medida que avanzaba la noche, empecé a enamorarme del edificio. Kathy me fotografió en blanco y negro frente al áspero telón del fondo urbano de la Octava Avenida.

“Los cinematógrafos pasan horas tratando de crear la luz que nos es entregada en el edificio del New York Times”, dijo.

Durante la cuarentena, Kathy iba los fines de semanas a crear imágenes de este momento histórico.

Nuestro viejo edificio en Times Square estuvo casi vacío durante 114 días, en medio de la huelga de impresores de 1962-1963, y durante 88 días, en medio de la que hicieron los periodistas de 1978. Pero nunca antes, a través de guerras, el 11 de septiembre, los huracanes e incluso King Kong, nuestras oficinas habían estado abandonadas durante tanto tiempo.

Ryan documentó la desolación, con fotografías de bebés y gafas de sol y torres de libros dejados en los escritorios como si hubieran sido abandonados en medio del pensamiento, como las estatuas de barro de Pompeya o el reino helado de Elsa.

Hubo una época en la que las sombras evocaban el glamour oscuro, el presentimiento y la mortalidad que infunde el cine negro, Pero ahora el amargo drama es real. El miedo, la mortalidad y la bofetada en la cara son reales.

Hay algo profundamente triste en una sala de redacción sin ruido ni gente. Las inquietantes fotos de Kathy hablan del panorama general: oficinas desiertas, en todo el mundo, sin vitalidad, conservadas en ámbar, con el correo amontonado y las terminales de computadora oscurecidas, las plantas muriendo y los periódicos en estantes con titulares antiguos, como este de la semana en que abandonamos la oficina en marzo de 2020: “Los mercados en espiral mientras el globo se estremece por el virus” —es posible que tengamos que usarlo de nuevo—.

El año y medio de Estados Unidos en el limbo ha provocado un debate nacional atrasado sobre la movilidad y la fluidez en el lugar de trabajo. Algunos predicen una guerra cultural inminente por los cubículos, con fanáticos del Regreso a la oficina (RTO por sus siglas en inglés) enfrentándose a fanáticos del Trabajo desde casa (WFH por sus siglas en inglés).

En nuestra era digital, ¿quién tiene que venir y quién no?, ¿con cuánta frecuencia hay que hacerlo?

Estamos cansados de Zoom y extrañamos los dramas novelísticos de la oficina, pero tememos reanudar algunos rituales de trabajo que ahora parecen obsoletos.

Yo amo las salas de redacción. Son algunos de los lugares más estimulantes del mundo. Es por eso que me convertí en periodista, para ser parte de ese caos vertiginoso, para perseguir historias. No he tenido el mismo escalofrío sentada en la mesa del comedor.

Pero otras personas sienten lo contrario, y las distintas profesiones requieren cosas diferentes y los distintos jefes tienen diferentes filosofías al respecto, y habrá que aclararlas.

Mientras tanto, gracias a la insidiosa variante delta, el New York Times no ha fijado una fecha oficial para el regreso. Tendré que esperar aún más para reencontrarme con la parte de mí que dejé en la oficina.

Las fotos de Kathy de nuestro barco fantasma son hipnóticas. No puedo dejar de mirarlas. Mi imagen favorita es una pila de relojes, detenidos en diferentes momentos, cuando fueron quitados de las paredes. Muestra la derrota del tiempo, del poder de la naturaleza sobre la sociedad, del interregno desorientador en nuestras vidas, de la esperanza de la resurrección de esos relojes con el elevado propósito de ser útiles a una comunidad de personas que trabajan juntas, una al lado de la otra. Por ahora sigo en casa. Donde estoy trabajando. Indefinidamente 

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