Por Fernando Velásquez V.
Cuando se oye decir que el menor de seis añitos Marlon Andrés Cuesta –quien no tuvo un padre a su lado, aunque sí a una madre ausente– fue desaparecido y su cadáver encontrado en un basurero de la Comuna 8, once días después, lacerado, y atado de pies y manos, es inevitable sentir rabia, indignación, dolor y mucha impotencia. Todavía más cuando el sector del macabro hallazgo se llama “Esfuerzos de Paz 1”. ¡Qué ironía! Y entonces, ahí sí, pese a las distancias insondables, se tienen que recoger las palabras del burgomaestre local: “Estamos muy mal como sociedad para que esto ocurra”.
Sin embargo, lo que se debe decir ahora es algo más penetrante: este desfile cotidiano de hombres cabizbajos no es el propio de una colectividad organizada que lucha por unos ideales, el progreso de todos y el respeto del ser humano –conditio sine qua non para que preexista una comunidad civilizada–, porque solo se ve a una montonera de individuos (¡a ratos, dan ganas de gritar a los cuatro vientos que se trata de “seres inhumanos”!) llenos de miedos y claudicaciones.
Estos espíritus están derrotados como personas o seres dignos; la indemnidad como entes pensantes está a prueba y se ha regresado a la caverna inmunda. Se vegeta en medio de una guerra de nunca acabar y solo se piensa en devorar a los otros; algo que, diría Voltaire, ni siquiera hacen las fieras porque ellas solo atacan para sobrevivir. Los ídolos de moda son el dinero, el sexismo burdo y el materialismo; la vida no vale nada y, dice la ranchera “Camino a Guanajuato”, ella empieza llorando y llorando se acaba.
Por eso hoy, al derramar lágrimas de sangre, se debe reconocer que los valores sembrados por los antepasados fueron sacrificados y todo se les entregó a los becerros de oro. Prueba fehaciente de ello es que, cuando un gravísimo atropello de estos se presenta, lo primero que hacen las autoridades es salir a los medios a anunciar recompensas en dinero. Todo se mide con baremos materiales: ¡A punta de billetes se logra establecer la verdad y el que los quiera poseer tiene que “cantar”! Esa es, pues, otra muestra de torpeza espiritual, indignidad y ruindad.
Y, para seguir con la prédica del alcalde de turno –un vocero de esas clases decadentes y descompuestas, que mucho tienen que decir de esta gélida catástrofe moral–, debe señalarse que la única solución alternativa al dinero (como si se tratara de lo que hoy, de forma eufemística, se llama “el plan B”) es invitar a los legisladores (a quienes tampoco les duele el país y solo viven de la miseria y el sufrimiento humanos) a establecer la cadena perpetua o la pena de muerte. No importa que aquí la impunidad alcance cifras escandalosas, que la anomia sea generalizada y no haya jueces y fiscales que investiguen y juzguen a los criminales; lo trascendente es que, de la mano del más burdo populismo punitivo, esas penas aparezcan en la ley o en la Constitución, como proponen en este momento los detentadores del poder.
Pero el citado al comienzo no es el único caso, porque hace pocos días también fue brutalmente asesinada otra menor; es evidente el ensañamiento con niños, mujeres, líderes sociales y seres humanos más vulnerables. Este remedo de organización comunitaria corrupta y descompuesta, en definitiva, no los quiere respetar. Pareciera que solo se quisiera escuchar el ruido de las motosierras de los paramilitares, cuando descuartizan seres humanos; el accionar de los llamados “guerrilleros” que masacran fieles y se visten de palomas de paz; las balas de los miembros de las bandas criminales –quienes tienen el poder real y dan los permisos para elegir dignatarios– y, no se olvide, los graves desafueros que a veces cometen quienes deben defender las instituciones.
¡Así las cosas, es imperativo solidarizarse, estremecerse y movilizarse, porque todos somos responsables!.