Por david e. santos gómez
El juego peligroso de la actual Casa Blanca -en el que amenaza a los enemigos hasta llevarlos al límite para luego ofrecerles una mesa de diálogo- puede explotar de la peor manera. Irán, el último de los enfrentados, anunció que destruirá cualquier país que intente atacar a su territorio, en una clara referencia a Estados Unidos y a Arabia Saudita. Con él no hay medias tintas y al menor conato de enfrentamiento se desencadenará un conflicto como no se ha visto en décadas.
Washington y Riad acusaron a los iraníes de ser la mente del ataque con drones a una refinería petrolera saudí, que puso la economía mundial de cabeza y disparó los precios del crudo, pero ellos lo niegan. En medio de esas idas y venidas, de denuncias y rechazos, el reacomodo militar de la zona hace prever un enfrentamiento, con soldados estadounidenses desplegándose en la zona y la artillería de Irán dispuesta a responder con toda su capacidad: frente al mínimo ataque -anuncian- responderán con “una guerra total”.
Aunque los rebeldes hutíes de Yemen se adjudicaron la embestida a la refinería, los saudíes siguen convencidos que, por el nivel de sofisticación de los drones que realizaron el bombardeo, solo Irán habría sido capaz de realizarlo. En esa intensa y larga guerra por la supremacía regional entre Irán y Arabia Saudita, las acusaciones significan un punto de tensión de difícil retorno.
Y ahí, cuando la zona necesita paños tibios y mesura, llega Washington a atizar. A las bravuconadas inmediatas, de trinos e improvisaciones, le han seguido reculadas y declaraciones formales menos altaneras. Tras el calor primario se han dado cuenta que un conflicto semejante los perjudica a todos. Es una muestra más de la diplomacia del arrebato de Trump, de su torpe manejo de la política exterior que ya trituró a tres asesores de seguridad nacional en tres años.
Esa táctica caduca del garrote y la zanahoria llega a otro nivel cuando el intimidado es Irán, un país que, atenazado por las sanciones a su programa nuclear, está ansioso de enseñar su poder al mundo. Y es posible que esta sea la oportunidad que busca. La sangre caliente que dirige la Casa Blanca le abre el telón para que despliegue con furia todo su arsenal y para que, al final, incendie a Medio Oriente.